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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Tragomer vestido de tela blanca y llevando en la cabeza el casco colonial de corcho, saltó con ligereza á las losas mojadas de la escalera y subió al muelle. Una bandada de canacos vestidos de sórdidos oropeles se agolpó delante del viajero. El sargento exclamó rudamente. ¡Atrás! atajo de brutos...
Entonces el teniente de artillería don José Manuel Martínez Ruda le interrumpió: Perdone el alférez. Nada de pulido encuentro; y lejos de eso, desde que desvalijan una casa contra la voluntad de su dueño, digo que proceden rudamente. ¡Bien!
En aquel país de dicha y despreocupación, las burguesitas no se desdeñan en enviar besos a los extranjeros, como las floristas de Florencia les arrojan ramos en sus coches. Si su padre las ve, las abofetea rudamente, en nombre de la moral, y esto da un poco de variedad al cuadro.
Ella era un genio para lo que procederíamos rudamente en llamar coquetería, porque su coquetería era tan sutil, tan aérea y tan refinada, que necesitaba de un nombre más peregrino y más nuevo.
El muchacho, dejando de lado estudios, carreras y superfluidades por el estilo, quería casarse. Como probado, no había sino dos cosas: que a él le era absolutamente imposible vivir sin su Lidia, y que llevaría por delante cuanto se opusiese a ello. Presentía o más bien dicho, sentía que iba a escollar rudamente.
Se arrojó en brazos de Fernando con cierta emoción, como si éste fuese su primer abandono; luego se apartó rudamente, a impulsos de su movilidad caprichosa. Encendió todas las luces del camarote para examinarlo mejor. Tocaba los libros apilados en el diván, en la mesita y hasta en el lavabo; revolvía los papeles; mostraba una curiosidad infantil ante los objetos de tocador y las ropas de Ojeda.
¿Sabes lo que han hecho ayer noche conmigo tus vecinos? exclama rudamente el mozo. Flora le mira sorprendida. Pues en cuanto salí de tu casa, antes que llegase á Rivota, entre Toribión y otros tres me torgaron. Un relámpago de ira pasó por los ojos de la zagala. ¿No te dije que no te fiases de ellos, Jacinto? ¡Que eran muy burros! ¡muy burros! Adiós.
Cuando sonó la campana y el tren iba a ponerse en marcha subió al coche un señor de rostro apoplético y aspecto rural. Caballero, ése es mi sitio dijo encarándose un poco rudamente con Tristán. Este, cuya susceptibilidad siempre viva se hallaba ahora exacerbada, respondió con calma afectada e impertinente: En este momento es el mío.
Uno... dos... tres. «Mi marino adorado, mi tiburón amoroso, va á llegar... ¡va á llegar!» Y lo que llegó de pronto, cuando aún lo creíamos lejos, fué el golpe de la guerra, separándonos rudamente.
Pero la bestia manteníase en pie, volviendo su cabeza a un lado y a otro. El Nacional, excitándola con el trapo, la hacía correr, y aprovechaba ciertas ocasiones para golpearla el cuello con el capote rudamente, con toda la fuerza de su brazo. El público, adivinando sus intenciones, comenzó a protestar. Hacía correr al animal para que con el movimiento se clavase más el estoque.
Palabra del Dia
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