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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Y el pobre hombre, transformado tantas veces, vuelve a ser el picapedrero que trabaja rudamente por un mezquino salario y vive al día contento con su suerte. 55 D. Pedro Gómez de Aguilar tenía una magnífica finca cerca de la ciudad de Cabra. Un día del mes de noviembre le avisaron que sus colonos habían abandonado la finca a causa de una invasión de los moros.
No bien Plácido supo todo esto, el rencor antiguo se convirtió en lástima en su alma generosa, y resolvió ser el campeón de quien tan rudamente le había ofendido, probad su inocencia y librarle de la muerte. En el castillo no había nadie, sino el anciano servidor.
La institutriz se puso un poco pálida, pero dijo con calma sin dejar de sonreir: Te advierto que me estás haciendo daño. Dí, ¿qué es gracioso? ¿qué es gracioso? repitió el conde sacudiéndola rudamente. Vuelvo á decirte que me haces daño. Yo no soy la condesa de Trevia, sino una pobre institutriz. No merezco ser tratada con tanta confianza. El conde aflojó la mano y la miró fijamente.
Desde esta ventana percibieron con más intensidad el tiroteo de la primera línea. Los disparos parecían aproximarse. El comandante les hizo abandonar rudamente su observatorio: temía que se generalizase el fuego, llegando hasta allí.
Martín querrá quedarse en casa; pero Juan, Juan debería ir... Precisamente está a la entrada, haciéndole una seña con la cabeza. Después se sienta en el banco, a su lado... Está cansado, tiene mucho calor; ha trabajado rudamente. Algunos minutos después se levanta: Yo no me quedo aquí. Hace un calor sofocante. ¿Adónde vas? Voy al río. ¿Vienes? Sí. Y ella deja la labor y se apoya en su brazo.
Un año después estaba la joven empleada delante del aparato Morse, que tan rudamente le había martirizado el corazón, y transcribía sin palidecer un telegrama de Roma, donde era entonces Raúl secretario de la embajada, dirigido al señor Neris, retenido en Candore por un ataque de gota. «Mi querido tío: eres abuelo de una hermosa niña.»
Maltrana fue tras ellos escalera abajo, avanzando cautelosamente para no ser visto... Pero no necesitó de grandes precauciones. Los dos caminaban sin darse cuenta de lo que les rodeaba, sin saber ciertamente adónde iban, empujada ella por el instinto hacia su vivienda. Oyó Isidro, oculto en un ángulo del corredor, el ruido de una puerta abierta rudamente.
Entonces era cuando realmente se mostraba la frialdad y ojeriza de la dama. Señora, Josefina no quiere ponerse el vestido verde. ¿Pues? Dice que está sucio. Amalia se levantó, fue al cuarto de la niña y, cogiéndola por un brazo y sacudiéndola rudamente, le dijo: ¿Qué orgullo es ése? ¿No sabes, muñeca, que en esta casa no eres nadie? ¿Que estás aquí por misericordia?
Esto es lo que me interesa; tu silencio me da miedo. ¿Por qué? ¿por qué? Habla, mujer; habla, o creo que te mato. Y empujaba rudamente a María de la Luz, la cual, como si no pudiera sostenerse bajo el peso de la emoción, se había tendido en el ribazo, con la cara entre las manos. Comenzaba a ocultarse el sol.
Métete ahí ordenó imperiosamente, mientras reparaba el desorden de sus ropas ligeras. Vacilaba él, no pudiendo adivinar el lugar señalado. ¿Dónde quería que se escondiese en aquella pieza tan pequeña?... Pero la muchacha le empujó rudamente, mientras seguían los repiqueteos en la puerta y las voces temblonas y amenazantes.
Palabra del Dia
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