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Actualizado: 31 de mayo de 2025
En cambio, Feliciana y Olmedo iban con más frecuencia, llevando ella una amiguita que acababa de salir de San Juan de Dios. En las últimas semanas del 74, Rubín volvió a sentir comezón de lecturas.
Ni cinco minutos tuvieron que esperar, porque al punto entraron dos madres que ya estaban avisadas, y casi pisándoles los talones entró el señor capellán, un hombrón muy campechano y que de todo se reía. Llamábase D. León Pintado, y en nada correspondía la persona al nombre. Nicolás Rubín y aquel pasmarote tan grande y tan jovial se abrazaron y se saludaron tuteándose.
Al verle como un bulto, Juan sintió algo de miedo. «Si le habré matado sin querer... Y en todo caso... ha sido en defensa propia». Pero la víctima exhaló un mugido, y revolcándose como los epilépticos, repitió: «Ladrón... asesino». El Delfín se acercó y poniéndole un pie sobre el pecho, cuidando de no apretar, dijo: «Si no te callas, cucaracha, te aplasto». Levantose Rubín de un salto.
«¿Quieres que te tome la lección?» dijo Rubín cogiendo la cartilla. Ni falta... canijo, espátula, paice un garabito... No quiero que me tome lición replicó la chica remedándole la voz y el tono. No seas salvaje... Es preciso que aprendas a leer, para que seas mujer completa dijo Rubín esforzándose en parecer juicioso . Hoy has estado un poco salida de madre, pero ya eso pasó.
El motivo de la ruina, según opinión de todos los amigos de la familia, fue la mala conducta de la esposa de Nicolás Rubín, mujer desarreglada y escandalosa, que vivía con un lujo impropio de su clase, y dio mucho que hablar por sus devaneos y trapisondas.
Esta mostraba a la de Rubín una gran simpatía, y con esta simpatía, la dulce confianza que de ella emanaba, y por fin, con el verdadero derroche de indulgencia que en favor de sus faltas hacía, apoderose poco a poco de todos sus secretos.
«¿Se ha enterado usted, Rubín? decía Feijoo al tomar asiento junto al ángulo de la mesa, y quitando de la boca del vaso el platillo del azúcar . Parece que Mendiry se ha corrido hacia Viana». Descuide usted replicaba Juan Pablo con suficiencia. No saldrán del circulito de las Provincias Vascongadas y Navarra.
La secretaría de... No, amigo; es más. Yo, cuando encuentro una persona que me entra por el ojo derecho, y que sirve, digo copo, y la tomo para que me sirva a mí. Le juro a usted que me conviene, camará. Allá va la bomba. Va usted a ser gobernador de una provincia de tercera clase. Rubín no pudo decir nada. Creyó que se le caía encima el techo del despacho y todo el Ministerio de la Gobernación.
Es que para ser celoso se necesitan buenos pulmones. Cayose más bien que se sentó en una silla, y su mujer y Patricia acudieron a él creyendo que le daba algún accidente. No podía hablar y se golpeaba la cabeza con los puños. Cuando su mujer se quedó sola con él sintió Rubín que aquella furibunda cólera se trocaba en un dolor cobarde.
En esto llegaron y se dio tierra al cuerpo de la señora de Rubín, delante de las cuatro o cinco personas acompañantes, las cuales eran Segismundo y el crítico, Estupiñá, José Izquierdo y el marido de una de las placeras, amiga de Segunda. Ballester, afectadísimo, hacía de tripas corazón, y se retiró el último.
Palabra del Dia
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