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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Pero no se puede pasar en silencio la etapa aquella de la Puerta del Sol, en que Rubín tenía por tertulios y amigos a D. Evaristo González Feijoo, a don Basilio Andrés de la Caña; a Melchor de Relimpio y a Leopoldo Montes, personas todas muy dadas a la política, y que hablaban del país como de cosa propia.

La misma doña Lupe aprobó este acuerdo, que si recortaba un poco el capital de la herencia, era un acto de lealtad y como una consagración póstuma de la honradez de su infeliz hermano. Samaniego no había reclamado nunca el pago de su deuda, y esta delicadeza pesaba más en el ánimo de los Rubín para pagarle.

Hay motivos para creer que cuando Papitos entró a media noche en el cuarto de Nicolás Rubín y le dijo sacudiéndole fuertemente: «Señor, señor, su tía que vaya allá ahora mismo», el santo varón soltó un bramido y dio media vuelta volviendo a caer en profundo sueño.

La suerte de Rubín mayor fue que Rubín menor se marchó a las diez, pues doña Lupe le tenía prescrito que no entrase en casa tarde, y por nada del mundo desobedecería él esta pragmática. Había vuelto a la docilidad de los tiempos que se podrían llamar antediluvianos o que precedieron a la catástrofe de su casamiento.

Después las amigas tuvieron que separarse, porque era jueves y Fortunata había de vestirse para recibir la visita de los de Rubín. Mauricia se quedó sola tendiendo la ropa. Maximiliano dijo categóricamente aquella tarde que por acuerdo de la familia y con asentimiento de la Superiora, en el próximo mes de Setiembre se daría por concluida la reclusión de Fortunata, y esta saldría para casarse.

No era ella muy fuerte en disimular, y otro menos alucinado que Rubín habría conocido que el lindísimo entrecejo ocultaba algo. Pero veía las cosas por el lente de sus ideas propias, y para él todo era como debía ser y no como era.

Nunca he estado mejor dijo Rubín, sintiendo que la timidez le ganaba otra vez. No hagamos simplezas... Hace un frío horrible. ¡Qué año tan malo! ¿Creerás que anoche no pude entrar en calor hasta la madrugada? Y eso que me eché encima cuatro mantas. ¡Qué atrocidad! Como que estamos entre las Cátedras de Roma y Antioquía, que es, según decía mi Jáuregui, el peor tiempo de Madrid. v

Ella se echó a reír con incredulidad; pero Rubín repitió el me caso contigo tan solemnemente, que Fortunata lo empezó a creer. «Hace tiempo añadió él , que lo había pensado... Lo pensé cuando te conocí, hace un mes... Pero me pareció bien no decirte nada hasta no tratarte un poco... O me caso contigo o me muero. Este es el dilema». Tie gracia... ¿Y qué quiere decir dilema?

«Nada le dijo esta , que tiene usted que esperar también. ¿Tiene usted llave?». ¿Llave yo? La del campo indicó Ballester con mal humor, discurriendo que maldita la falta que hacía Maxi allí . Más vale que se vaya usted, amigo Rubín, y vuelva, porque esto va largo. Esperaré yo también contestó el otro sentándose debajo de Ballester.

La estupefacción que sentía apenas le permitió dar un grito, y su primer movimiento fue echarle los brazos al nene, decidida a comerse a bocados a quien intentase hacerle daño o quitárselo. Rubín estuvo más de un minuto sin dar un paso, clavado en la puerta y destacándose dentro del marco de ella como la figura de un cuadro. ¡Cosa rara!

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