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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


Cuando Fortunata entró en el convento, las papeletas de alhajas y ropas de lujo que estaban empeñadas quedaron en poder del joven, que hizo propósito de liberar aquellos objetos en cuanto tuviese medios para ello.

Las dos de la tarde acababan de dar en el gabinete, amueblado con el lujo aparatoso e insolente propio de una cortesana vulgar enriquecida de pronto, cuando Magdalena envuelta en ligeras ropas de levantar y aún tembloroso el cuerpo por el frescor del baño, atizó los leños de la chimenea, y aproximando al fuego el mueblecillo que le servía de tocador, extendió sobre él un lienzo guarnecido de puntillas, encima del cual fue colocando cepillos, peines, tatarretes, frascos, polvoreras y cuanto había menester para peinarse.

Ya había saco de padre, Había barba y cabellera, Un vestido de mujer, Porque entonces no lo eran Sino niños: después de esto, Se usaron otras sin estas De moros y de cristianos Con ropas y tunicelas; Estas empezó Berrio; Luego los demás poetas Metieron figuras graves, Como son reyes y reinas. Fué el autor primero de esto El noble Juan de la Cueva: Hizo del padre tirano, Como sabéis, dos comedias.

22 Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a un tal hombre, porque no conviene que viva. 23 Y dando ellos voces, y arrojando sus ropas y echando polvo al aire, 24 Mandó el tribuno que le llevasen a la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él.

Los cuidados del notable ayuda de cámara que Marenval había llevado consigo y sin el cual no podía pasarse, una buena elección de ropas, la ducha, la navaja, los peines y toda una minuciosa sesión de tocador, operaron esa transformación. Era un Freneuse desmejorado, pálido, sin cabellos y sin barba, pero era Freneuse, con su mirada y su sonrisa.

El aperador, al sentarse, creyó que se sumergía en las faldas y las susurrantes ropas interiores de la hermosa, quedando como pegado a ella, en ardoroso contacto con un lado de su cuerpo. Los muchachas rechazaban con remilgos los primeros ofrecimientos del señorito y sus compañeros. Gracias; ellas habían cenado.

No conocía Agapo lo demás, porque nunca le habían dejado pasar de allí, pues podía manchar las alfombras con sus patas embarradas o ensuciar la seda de los muebles con sus ropas grasientas; se sentaba humildemente en la escalera, después de tocar el timbre. El criado salía, le miraba de pies a cabeza y desaparecía, cerrando la puerta.

Una espuma burbujeante asomó a las comisuras de los labios, con sordos rugidos. El cuerpo se contraía y dilataba, doblándose como un arco, mientras la cabeza y los pies se hundían en las desordenadas ropas del lecho. Isidro corría como un loco por la habitación. Después abrió la ventana. ¡Socorro!...-gritó . ¡Teodora!... ¡señora Teodora! Nadie le oía.

Estaba Paz sola en su cuarto, tristemente impresionada con la despedida de por la mañana, todavía en ropas de levantar, sin gusto para engalanarse, descuidado el vestir y no muy enjutos los ojos, cuando entró la doncella diciendo que un sacerdote deseaba hablar a la señorita.

Mientras Gallardo admiraba la carta, entraba y salía su criado Garabato llevando ropas y cajas, que dejaba sobre una cama. Era un mozo silencioso en sus movimientos y ágil de manos, que parecía no reparar en la presencia del matador.

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