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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Pero, a pesar de su proximidad al fuego, sentía frío. ¡Cuántas noches pasara largas horas en el mismo sitio, fija la mirada en la rojiza lumbre! A veces, los encendidos leños asumían formas que su imaginación trocaba en personas y sucedidos reales, y de esa manera convertía aquel hogar en escenario, en el cual se representaba a menudo el tétrico drama de su vida.

Observará el lector que mi cuñada, dando muestras de escasísima lógica, se empeñaba en considerar mi rojiza cabellera casi como una ofensa y en hacerme responsable de ella, apresurándose a suponer en , sin otro fundamento que esos rasgos externos, cualidades que por ningún concepto poseo, y mostrando como prueba de tan injusta deducción, lo que ella daba en llamar la vida inútil y sin objeto determinado que he llevado hasta la fecha.

Metíase en San Gil, la iglesia popular que había visto el mejor día de su existencia, se arrodillaba ante la Virgen de la Macarena, haciendo que la encendiesen cirios, muchos cirios, y contemplaba a su luz rojiza la cara morena de la imagen, de ojos negros y largas pestañas, que, según decían, se asemejaba a la suya. En ella confiaba. Por algo era la Señora de la Esperanza.

Una banda rojiza y cárdena que se extendía por el Oriente daba al cielo un aspecto fantástico de panorama de feria. La crestería de la sierra lejana teñíase de verde.

El sitio parecía muy triste en aquella estación, con la greda mojada y barrosa que lo rodeaba y con el agua turbia y rojiza que había alcanzado un alto nivel en la cantera abandonada. Tal fue la primera impresión de Dunstan al acercarse a aquel sitio.

Don Marcos adivina su impaciencia, y mientras descienden dos escalinatas más, va dando explicaciones. La inglesa se fué antes que la otra; por eso la enterraron arriba. ¡Han muerto tantos en los últimos meses!... Llegan á la última meseta del cementerio, la más baja, un campo cuadrado de tierra rojiza, en el que no hay losas, ni columnas truncadas, ni cadenas.

Fernando le encontró cierto aire de monje yendo y volviendo con igual número de pasos por su claustro de acero. Junto a una luz oculta, que esparcía una tenue mancha rojiza el resplandor de la bitácora , estaba otro hombre, con los brazos en cruz, abarcando la rueda reguladora de la dirección del buque.

Luego reaparecían, asomando a flor de agua su cabeza semejante a una pelota negra con mostachos. Esta isla era el término de su avance desde los glaciales mares del Sur. Hasta allí llegaban, viniendo de los bancos de hielo, para explorar la amplia boca del estuario del Plata. Desapareció el sol tras una barrera de nubes. Esfumábase la costa con una bruma rojiza.

La encontré iluminada por los oblicuos rayos del sol poniente y quedé como deslumbrado por el resplandor de aquella luz caliente y rojiza que la invadía como una oleada de vida. Sin embargo, me sentí más tranquilo viéndome solo y me asomé a la ventana esperando la hora saludable en que aquel torrente de claridad iba a extinguirse.

La puerta de los Apóstoles, vieja, rojiza, carcomida por los siglos, extendiendo sus roídas bellezas á la luz del sol, formaba un fondo digno del antiguo tribunal: era como un dosel de piedra fabricado para cobijar una institución de cinco siglos.

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