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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega.
Clara se arropó; apoyóse en una gran piedra sillar que allí había, y, con el alma agotada ya, miró al cielo buscando la luna, una estrella, cualquier cosa que no fuera negra y horrible, cualquier cosa que no hubiera visto aquella noche en otra parte; pero no vió ni estrella ni luna: tan sólo allá abajo, en la dirección del puente y en el horizonte que tras la otra orilla del Manzanares se dibuja, vió una lumbre rojiza, esa claridad violenta de encendido color, que es en noches tempestuosas como una fiebre del cielo.
Entorné los ojos, deslumbrado por el incendio general del árbol de fuego, y a través de la mancha rojiza que percibían mis lastimadas pupilas, me pareció ver el rostro de Angelina pálida y llorosa. Diga usted, Gabriela... dije muy quedito.... ¡Me ha escrito! ¡Me ha escrito! Una carta muy tierna, ¡una carta muy sentida! ¿Quién? Ernesto. ¿Sí? ¿Le sorprende a usted? No... pero no lo esperaba.
Cortó Febrer repentinamente sus pensamientos, separando los ojos del papel. Al encontrar su mirada una mitad de la habitación en la sombra y otra mitad en una luz rojiza que hacía temblar los objetos, pareció volver del lejano viaje al que le arrastraba su imaginación.
Tía Carmen arrimó la mesita, en la cual, en un candelero de latón, ardía con luz rojiza una vela de sebo. Como no me viese a su gusto, insistió impaciente: Obedeciéronla. Me senté a su lado. Andrés y tía Pepa permanecían de pie delante de nosotros. Desde la puerta, que daba paso a las habitaciones interiores, la joven nos veía.
Supone que la roja argamasa se ha amasado con arena rojiza, pero no es así; los constructores, avaros de su agua, han preferido hacer el mortero con vino. La cosecha del año anterior ha sido buena, sus bodegas están llenas de líquido, y si se quiere colocar la nueva cosecha, no tiene otro recurso que vaciar una buena parte.
Su estatura era menos que mediana, su espalda un tanto jibosa, su barba rojiza. Había en todo su rostro una tristeza cómica de bufón. Su labio inferior se alargaba hacia afuera con lúbrico y tembloroso gesto. La estirpe de los San Vicente era antigua en la ciudad, aunque no de las más ilustres y encumbradas.
Arbol de gran magnitud, de madera incorruptible, por lo que después del molave es la más apreciada, es poco conocida en Filipinas, y en Mindanao y Joló es donde principalmente abunda. Tíndalo. De gran magnitud, de madera rojiza al cortarla y negra con la acción del tiempo, es apreciada en ebanistería. Yacal.
Era un hombre vestido con ropas cuidadosamente cepilladas, pero que por su holgura revelaban no haber sido confeccionadas para su cuerpo. El sombrero, más grande que la cabeza, llevaba hinchado el sudador por ocultas cintas de papel. Tenía la cara rojiza, con profundos surcos en cuyo fondo la piel aparecía blanca y brillante.
Y sacaba de un bolsillo La fe triunfante, librito encuadernado en pergamino, de antigua y rojiza impresión, que acariciaba con un cariño feroz. ¡Bendito padre Garau!
Palabra del Dia
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