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Actualizado: 23 de mayo de 2025


El Conserge del S.^r Condestable se encarga deste despacho. Sup.^co a V. m. me embie por alguno la respuesta porq. venga presto. Bibl. Nac de París, Fr., 3.652, fol. 142. Colección Morel Fatio, núm. Ex.^mo Sr. Ya comienço a gozar de provechos de mi casa nueua, q. Estando anoche a la ventana passó vn criado de V. Ex.^a por aquí, y vn lacayo suyo. Al lacayo rogué q boluiese.

Cualquiera diría que habéis querido hacer de un espantapájaros. No, Priscila; no habléis así. Yo os pedí y rogué que no eligierais esa seda si hubiera otra que os conviniera más. Quería que fueseis vos la que escogiera, bien lo sabéis respondió Nancy con vivo deseo de justificarse.

La figura de M. de Vignet no es muy notable; su fortuna es mediana; temí muchas veces cometer un disparate; ¡y he sido yo quien lo ha hecho todo! Rogué muchísimo a Dios que me diera acierto y que aclarase mis dudas, y veo ahora con satisfacción que todo lo que pueda llamarse verdaderamente cuerdo y razonable, se encuentra en este matrimonio.

Ve a ver lo que hace dijo papá; sin duda te ha de necesitar. Salí de un brinco y a saltos subí la escalera que conducía a su habitación. Esta estaba cerrada. ¡Marta, abre! Soy yo. Nadie se movió. Rogué, supliqué, prometí repararlo todo, le prodigué mil nombres cariñosos: todo fue inútil.

Al oír el ruido que hice al abrirla, volviose mi vecina y paseó su mirada con cierto asombro no exento de curiosidad, de la carta a mi persona y de ésta a la carta. Con elocuente mímica supe indicarle que era yo su autor, y cruzando las manos, le rogué que la leyera. Quedó perpleja un instante, mas se decidió muy pronto. ¿A qué? A leerla, hombre, a leerla.

Allí gané los premios, allí fuí coronado por vencedor de todas las contiendas, y de allí tomó ocasión Sinforosa de desear saber quién yo era, como se vió por las diligencias que para ello hizo. Vuelto al navío, y resueltos los míos de dejarme, les rogué que me dejasen el barco, como en premio de los trabajos que con ellos había pasado.

Sólo me lisonjea y me contenta el figurarme que él ha de guardar dulce recuerdo de las dulces horas que pasó conmigo; de nuestros íntimos coloquios y de nuestra ternura. Fue tal la ligereza de aquellas efímeras relaciones, que ni yo le rogué que me escribiese ni él me ha escrito. De estas relaciones, sin embargo, me dejó él una prenda preciosa.

Pedí, rogué a mi madre que, si no había modo de vivir en nuestra casa sin la tiranía de aquellos testigos de mi tortura, anticipara todavía más el suceso que era la causa fundamental de ella. Y mi madre no comprendía cómo buscaba yo el remedio contra las hieles de una pócima sin fin, apresurándome a beberla; pero yo lo comprendía.

Le rogué que dejara pasar aquella crisis de flaqueza, resultado de penas y cansancio y le prometí cambiar de género de vida. Vivíamos en el mismo medio social y reconocí que era un error de mi parte no frecuentarlo. Tenía el deber, sin duda, de no singularizarme con un sistemático alejamiento. Le dije una porción de cosas sensatas, como si de repente hubiera recobrado la razón.

Encontré a la condesa Elga cogiendo flores en el jardín y le rogué que ofreciese las mías a su señora. La amada de Tarlein parecía radiante de felicidad, olvidada por el momento del odio que el duque de Estrelsau profesaba al predilecto de su corazón, único obstáculo que hasta entonces había empañado la dicha de ambos amantes.

Palabra del Dia

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