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Actualizado: 19 de junio de 2025
A través del ventano se veían pasar las piernas de los transeuntes, de rodilla abajo, haciendo un ruido acompasado sobre las losas. Belarmino pensaba hallarse providencialmente metido en la entraña de la tierra, colocado en la raíz y cimiento de las cosas, y que para conocer a los hombres lo mejor era verles nada más que los pies, que son la base y fundamento de las personas.
Retrocedí un paso y renové el ataque, pero aquella vez le abrí la mejilla y salté atrás antes de que él pudiera alcanzarme. Parecía desconcertado por la violencia de mi ataque, pues de lo contrario creo que hubiera acabado conmigo. Caí sobre una rodilla, jadeante, esperando verme atropellado por su caballo.
Para ella el amor tomaba siempre la forma de un guerrero y se le representaba con casco y loriga viniendo jadeante y cubierto de polvo, después de haber sacado a su competidor fuera de la silla de un bote de lanza, a doblar la rodilla delante de ella para recibir la corona de su mano, que después besaba con ternura y devoción.
Doblemos la rodilla, y en nuestros labios vibre, Una oracion solemne digna de un pueblo libre, Que en alas de los ángeles remonte hasta el Señor; Doblemos la rodilla, y alzando el pensamiento, En un amor unidos y un mismo sentimiento, Roguemos al abrigo de un manto protector.
Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a don Quijote; el cual, espantado de lo que veía y oía decir y hacer aquel hombre, se le puso a mirar con atención, y, al fin, le conoció y quedó como espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo consintió, por lo cual don Quijote decía: -Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie. -Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura-: estése la vuestra grandeza a caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto; que a mí, aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo.
Aquel favor inmenso, infinito, que su Dios le hacía, y que con tanto anhelo había esperado, removió hasta las últimas fibras de su corazón. Sus ojos quedaron velados por las lágrimas, y al hincar la rodilla en tierra, antes de elevar el cáliz de la pasión, estuvo algunos segundos sin poder alzarse y a punto de caer desmayado.
Acompañad á ese templo al mas fervoroso creyente en Jesucristo sin decirle que aquella es la catedral cristiana: entrará con la cabeza erguida y cubierta, levantará la voz, no doblará nunca la rodilla. Admirará la obra del arte; y embebido en la contemplacion de tantas maravillas, lo olvidará todo para pensar tan solo en el Profeta.
Pero lo que hacía verdaderamente peregrino y estrafalario el atavío es que en la cabeza traía un bonete viejo y grasiento. El P. Gil quedó asombrado de aquella figura, y más asombrado, cuando advirtió la ocupación a que el párroco se entregaba. Estaba, con una rodilla hincada en tierra, desollando un becerro. Le ayudaba en la operación el criado.
Y tan abstraído estaba, que al volver á casa, al crepúsculo de la tarde, no se acordaba de que no había comido al mediodía, ni echó de ver que llevaba desgarrados los pantalones y sangrando una rodilla, caricias debidas á las espinas de los setos por los cuales tuvo que saltar. En ocupaciones análogas pasó los primeros días, cada vez más alegre, más satisfecho y más juguetón.
La cama se hundió; rodamos por el suelo; y rodando llegamos al monte de maíz. Entonces salió la luna; entraron sus rayos por la ventana que yo dejara abierta, y vi a mi robusta aldeana, en pie, hundida una pierna entre los granos de oro y la rodilla de la otra clavada sobre mi pecho.
Palabra del Dia
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