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Actualizado: 17 de abril de 2025


Al fin se detuvo ante un rocín blanco, no muy gordo ni lustroso, con algunas rozaduras en las piernas y cierto aire de cansancio; una bestia de trabajo que, no obstante su aspecto de abrumamiento, parecía fuerte y animosa. Apenas pasó una mano por las ancas del rocín, apareció junto á éste un gitano, obsequioso, campechanote, tratándole como si le conociese toda su vida.

Dos horas después volvió á salir, y se sentó en el banco de piedra, entre el grupo de los parroquianos, para oír otra vez al maestro mientras llegaba la hora del mercado. Los amos acababan de prestarle el piquillo que le faltaba para la compra del rocín.

«Algunos llaman á esto caballo de palo, y otros rocín de madera, y otros pájaro puerco, aunque yo le llamo pueblo y ciudad, mas no la de Dios que describió el glorioso Augustino. Porque no en ella templo sagrado ni casa de justicia, ni á los moradores se dice misa, ni los habitantes viven sujetos á la ley de razón.

Era un pobre carro de labranza, tirado por un rocín viejo y huesudo, al que ayudaba en los baches difíciles un hombre alto que marchaba junto á él animándole con gritos y chasquidos de tralla.

Un poco más arriba, en lo que pudiera, sin mucho agravio de la verdad, denominarse llano, y antes de llegar a la ermita, todavía en la penumbra que nos haría invisibles a no muy larga distancia, atracó su rocín al mío; y deteniéndole por las riendas que casi me arrancó de las manos, después de detener el suyo, me dijo apuntando con su diestra ociosa a un altísimo y lejano picacho, en cuya cúspide se estrellaba el primer rayo de sol que penetraba en aquellas montaraces regiones.

El rocín del tío Barret, un animal sufrido que le seguía en todos sus desesperados esfuerzos, cansado de trabajar de día y de noche, de ir tirando del carro al Mercado de Valencia con carga de hortalizas, y á continuación, sin tiempo para respirar ni desudarse, verse enganchado al arado, tomó el partido de morir, antes que permitirse el menor intento de rebelión contra su pobre amo.

Mientras tanto el señor de las Matas avanzaba al paso lento, majestuoso de su rocín. Cuando estuvo cerca de la reunión se llevó la mano al sombrero y les hizo un gentil saludo, mezcla de la exquisita urbanidad de la corte de Luis XIV con la afable gravedad de los tiempos heroicos de la Grecia. Aquellos bárbaros no comprendieron su delicadeza y les produjo risa.

Allí tuve nuevas de cómo mi rocín, viéndose en aprieto, se esforzó a tirar dos coces, y de puro flaco se desgajaron las ancas y se quedó en el lodo bien cerca de acabar.

Las vacas de leche, de monótono cencerro, husmeaban sus ruedas; las cabras, asustadas por el rocín, apartábanse sonando sus campanillas y balanceando sus pesadas ubres; las comadres, apoyadas en sus escobas, miraban con curiosidad aquellas ventanillas cerradas, y hasta un municipal sonrió maliciosamente, señalándola a unos vecinos. ¡Tan temprano y ya andaban por el mundo amores de contrabando!

Cargué la maleta, y en un santiamén Don Alonso, Marcial y yo salimos por la puerta del corral para no ser vistos; nos subimos a la, y esta partió tan a escape como lo permitía la escualidez del rocín que la arrastraba, y la procelosa configuración del camino.

Palabra del Dia

majos

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