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El de las mujeres, de saya de percalina azul sobre refajo de bayeta encarnada, jubón de paño obscuro, mantilla de franela negra, con anchos ribetes de panilla, media azul y zapatos de paño negro.

Ceñíale la garganta triple sarta de corales que manchaban de rojo su pecho de nieve. Vestía dengue de paño negro con ribetes de terciopelo , justillo encarnado y camisa de lienzo blanco. La otra formaba con ella vivo y gracioso contraste. Bajita, morena, sonriente, con unos ojos que le bailaban en la cara y tan sueltos ademanes que su cuerpo no tenía punto de reposo.

Volvióse don Quijote a Sancho, y, encendido el rostro y colérico, le dijo: ¿Es posible, ¡oh Sancho!, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no qué ribetes de malicioso y de bellaco? ¿Quién te mete a ti en mis cosas, y en averiguar si soy discreto o majadero?

Cuentan las crónicas, para probar que el arzobispo Loayza tenía sus ribetes de mozón, que en Lima había un clérigo extremadamente avaro, que usaba sotana, manteo, alzacuello y sombrero tan raídos, que hacía años pedían a grito herido inmediato reemplazo. En arca de avariento, el diablo está de asiento, como reza el refrán.

La nariz, la boca y la barba se parecían mucho a las del Magistral. Un mantón negro de merino ceñido con fuerza a la espalda angulosa, caía sin gracia sobre el hábito, negro también, de estameña con ribetes blancos. Parecía doña Paula, por traje y rostro, una amortajada. Petra saludó un poco turbada. Doña Paula la midió con los ojos, sin disimulo.

Cuando se cansaba de hablar, entonaba alguna canción picaresca con ribetes de obscena, que hacía reír no poco al joven cortesano. La alegría es contagiosa, como la tristeza. La de Celesto consiguió pegársele y llegó pronto a hacerle el dúo, poniendo en inusitado ejercicio las fuerzas de sus desmayados pulmones.

En efecto; la capa del señorito de Santa Cruz tiene un siete tremendo, y debajo de ella asoma la americana con los ribetes deshilachados, corbata mugrienta, y el cuello de la camisa de dos semanas... Entonces ella se deja caer sobre él, y le dice con efusión cariñosa: «Alma mía, yo trabajaré para ti; yo tengo costumbre, no; planchar, repasar, servir... no tienes que trabajar... yo para ti... Con que me sirvas para ir a entregar, basta... no más.

Y era bien seguro que el drama se ponía en escena. El veterano de los bastidores ejercía mucho ascendiente con ribetes de miedo sobre empresas y cómicos: cuando se incomodaba ¡tenía una lengua! Si el drama era silbado, protestaba lleno de ira contra el juicio del público y seguía protegiendo con más fuerza al autor.

A entrambos se los cumplió Costanza, saliendo de la sala de su amo, tan hermosa, que a los dos les pareció que todas cuantas alabanzas le había dado di mozo de mulas eran cortas y de ningún encarecimiento. Su vestido era una saya y corpiños de paño verde, con unos ribetes del mismo paño.

Y Julián se sentía humillado en presencia de un hombre que mandaba allí como indiscutible autócrata, desde su ambiguo puesto de criado con ribetes de mayordomo.