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Se puede gemir, lamentar maldecir, revolverse contra el buen sentido; pero combatir contra la verdad, ¿para qué? Sorege tiene razón, miss Maud, dijo fríamente Tragomer. Lo comprendo tan bien que mis convicciones son enteramente platónicas. Si hubiera algo que hacer, ya lo hubiera intentado, esté usted segura. Precisamente porque todo lo creo inútil he tomado el partido de viajar para distraerme.

El marido, aconsejado por los amigos, acudía a la bofetada y al palo, para domar a «la mala bestia», pero la tal bestiecilla justificaba el apodo, pues al revolverse con el vigor y la acometividad de una infancia bravía digna de su ilustre padre, devolvía los golpes de tal modo, que siempre era el cónyuge el que resultaba peor librado.

Al caer un picador, quedando exánime por el terrible choque, Gallardo había acudido con su capa, llevándose a la fiera al centro del redondel. Fueron unas verónicas arrogantes que acabaron por dejar a la bestia inmóvil y fatigada después de revolverse tras el engaño del trapo rojo.

Isidro la besaba en el rostro, en los hombros, en los pechos, en todos los adorables rincones de su carne que la muchacha iba dejando al descubierto al revolverse en la cama, estremecida bajo el chaparrón de caricias, que le arrancaba sofocadas risas, lamentaciones de irresistible cosquilleo. Déjame, mala persona gemía riendo . Déjame, o chillo.

Pero, de repente, cesaron éstos de rugir, de revolverse en torno de él buscando sitio para hincar sus colmillos, y se colocaron a su lado escoltándolo y acogiendo con ronquidos de satisfacción el roce de sus manos. ¡Bárbaros! decía Rafael en voz queda, sin dejar de acariciarles. ¡Malas personas!... ¿Ya no me conocéis?

Era el animal de pura raza española, y hacíale el jinete piafar, caracolear, revolverse, con gran maestría de la mano y la espuela; como si el caballo mostrase toda aquella impaciencia por su gusto, y no excitado por las ocultas maniobras del dueño. Saludó Mesía de lejos y no vaciló en acercarse a la Rinconada, hasta llegar debajo del balcón de la Regenta.

Muchas noches, Gabriel, al revolverse en su lecho sin poder dormir, tosiendo y bañado en frío sudor el pecho y la cabeza, oía en el cuarto inmediato los quejidos de su sobrina, tímidos, sofocados, para que en la casa no se enterasen de sus dolores. ¿Qué tenías anoche? preguntaba Gabriel a la mañana siguiente . ¿De qué te quejabas?

Las quince o veinte damas, que apenas podían revolverse en aquel sitio, hablaban a un tiempo, como es natural, haciendo de aquel silencioso y elegante retiro un insufrible gallinero.

Le atemorizaba el populacho y quería acceder, como de costumbre, pero era grave falta no consultar al quefe. Por fortuna, cuando la gran masa negra comenzaba a revolverse indignada por su silencio y salían de ella silbidos y gritos hostiles, llegó Rafael. Doña Bernarda le había hecho salir al primer asomo de la popular manifestación.

El pañuelo arrastrado por el remolino de las cascadas, fué llevado á las malezas espinosas que se veían un poco más lejos en la superficie del agua. Mervyn fué á buscarlo, pero nos sorprendimos muchísimo al verlo de pronto revolverse convulsivamente, soltar su presa, y levantar la cabeza hacia nosotros arrojándonos lamentables aullidos. ¡Ah, Dios mío! ¿qué tiene? exclamó la señorita Margarita.