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La ira se le desbordaba, y para contenerla volvió a la alcoba. Su mente acalorada revolvía estas ideas: «Salió lo que yo me temía... Si lo dije, si esta mujer nos había de dar al fin un disgusto... ¡Ay, qué ojo tengo! A no me entraba, no me entraba; y siempre lo dije: 'ni con Micaelas ni sin Micaelas, podremos hacer de una mujer mala una esposa decente'. Ahí está, ahí está, ahí la tienen.

Le pareció que bebía algo caliente y viscoso, pero que lo bebía al revés, por un capricho del mecanismo de su vida, viniendo el extraño licor a su paladar desde lo más recóndito de sus entrañas. El bulto negro que se revolvía entre ronquidos a pocos pasos de él agrandábase cada vez que en sus contorsiones tocaba el suelo.

Ellas podían salir á la calle escoltadas por un kepis galoneado que atraía las miradas de los transeuntes y los saludos de los inferiores. Cada vez que doña Luisa, aterrada por los vaticinios de su hermana, pretendía comunicar su pavor á la hija, ésta se revolvía furiosa: ¡Mentiras de la tía!... Como su marido es alemán, todo lo ve á gusto de sus deseos.

Todo terminado...» Pero en los días tristes de invierno su resignación se revolvía contra esta existencia de molusco recluido en su caparazón de piedra. ¿Iba a vivir siempre así?... ¿No era torpeza haberse encerrado en este rincón, teniendo aún juventud y bríos para luchar en el mundo?... ; era una torpeza.

Catana, con los brazos uno sobre otro, según su eterna costumbre cuando nada tenía que hacer con ellos, y con la cabeza algo inclinada, revolvía los ojos negros y bravíos, de las cosas señaladas a don Alejandro, y de don Alejandro a Nieves, evitando siempre el choque de la mirada de aquél con el rayo de la suya; pero muy poseída del cuadro y acaso, acaso, gozosa, aunque no lo declarara.

La hacía con agallas y caparrosa, y la revolvía dentro de la jarra con ese paluco, que es de higar, porque de otra madera no sirve: saca la tinta mal color. Después de desocupada la alacena, me mandó mi tío que sacara la balda tirando hacia . Saqué la balda, que era pesada y de castaño, como todo el interior de la alacena.

La casualidad también que Pedro apretase sus labios contra ellos. La condesa no pareció notarlo. El mayordomo era muy inquieto en la cama. La enfermedad le hacía serlo aún más, por lo que con mucha frecuencia se le revolvía y marchaba la ropa. Al menos, la condesa la encontraba siempre muy descompuesta.

Cecilia le respondió fríamente con las menos palabras posibles. ¡Pobre Gonzalo! ¡Si supiese que aquella mujer traidora por quien preguntaba, lejos de estar arrepentida, se revolvía con furia contra su familia, cubriéndolos a todos de dicterios, amenazándoles con entregarse al primer hombre en cuanto saliese de la prisión, escandalizando con su soberbia y lenguaje procaz a la superiora del convento!

La Condesa se puso encendida como la grana, y, sin decir palabra, miró a D. Paco, el cual, confuso, absorto, aterrado, por lo que acababa de oír, revolvía sus espantados ojos de un lado para otro. Este joven dijo al fin el ayo parece que ha perdido el juicio.

Pero en su alma entristecida y debilitada por la enfermedad, la punta de aquella acerada flecha se revolvía causando vivos dolores que procuraba ocultar. Cada vez que Clementina venía a visitarla, y últimamente lo hacía dos veces cada día, los ojos de su madrastra se fijaban en ella con muda interrogación, procurando leer en los suyos las ideas que le pasaban por el cerebro.