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Actualizado: 31 de mayo de 2025


La voz cálida y arrastrada de voluptuosidad sonaba aún burlona. Usted se mataría... ¡Linda cosa! Yo también me maté... ¡Ah, le interesa! ¿verdad? Pero somos de distinta pasta... Sin embargo, traiga su cloroformo, respire un poco más y óigame. Apreciará entonces lo que va de su droga a la cocaína. Vaya.

EVARISTA. ¿Pasamos a casa? PANTOJA. No: déjeme usted que respire a mis anchas. En la iglesia me ahogaba... El calor, el gentío... EVARISTA. Haré que le traigan a usted un refresco... Balbina! PANTOJA. Gracias. EVARISTA. Una taza de tila... PANTOJA. Tampoco. EVARISTA. No hay motivo, amigo mío, para tan grande aflicción.

Y se retiró, retrocediendo, con el cuerpo inclinado respetuosamente. Entonces abrí de par en par la ventana, y, asomando la cabeza, respiré el aire cálido, como un corzo cansado. Después miré hacia abajo, hacia la calle, donde la burguesía, saliendo de misa pululaba entre dos filas de carruajes.

Sin embargo, cuando pasé el umbral de aquel gran salón herméticamente cerrado, en el que ardían los cirios hacía dos días, y respiré el olor frío de las altas vigas saturadas de vejez, sentí un malestar de tristeza y como repugnancia por una vida que conduce a la infalible muerte. Empezaron a llegar amigos y parientes que yo no conocía y a quienes expliqué la ausencia de Lacante.

Luego que los cuatro ilustres senadores que formaban mi auditorio se colocaron bien en sus sillas, saqué fuerzas de flaqueza, tosí, miré á todos lados con angustia, respiré con fuerza, y con voz apagada y temblorosa, empecé de esta manera: «Capítulo primero.

No importa que sea un sitio u otro donde usted vaya, en el Norte o en el Mediodía; lo indispensable es que usted descanse y respire aire más puro, que corra usted entre los árboles unas veces y otras al sol, que coma usted alimentos suaves y nutritivos, que se levante usted temprano y no se retire tarde, que trueque, en fin, la vida artificial y antihigiénica que lleva, por otra natural y sencilla, y que a ese pobre cuerpo lo que está reclamando a gritos.

Y tambien vendrá tiempo en que se mire Estar blandiendo el Español cuchillo Sobre el cuello Romano, y que respire Solo por la bondad de su caudillo El grande Albano: hará que se retire El Español exercito; sencillo No de valor, sino de poca gente, Que iguala al mayor numero en valiente.

«Para curar la hidropesía se debe cojer planta de Tanglad en regular cantidad y con las raíces se cuece en una olla, echandola agua suficiente; se cubre bien con hojas de plátano, cosa que no respire de vapor y cuando ya está hirviendo, se hace sentar al enfermo en una silla, se le cubre bien con sabanas hasta la cabeza, y después se pone la olla debajo del asiento y en la cubierta se forma un ahujero para salir el vapor que el enfermo lo irá recibiendo, para que sude mucho, pues con este sudorífico se curará.

Determinémonos, amiga del alma, a poner a Electra donde no vea ejemplos de liviandad, ni oiga ninguna palabra con dejos maliciosos... EVARISTA. Donde respire el ambiente de la virtud austera... PANTOJA. Donde no la trastorne el zumbido de los venenosos pretendientes sin pudor... En la crítica edad de la formación del carácter, debemos preservarla del mayor peligro, señora, del inmenso peligro...

Oculto tras de las cortinas, y con el corazón lleno de angustia, esperé su vuelta. De pronto vi que entraba, y al advertir que no le acompañaba nadie, respiré con libertad. Ligera y juguetona como siempre, recorrió en todos sentidos su aposento sin tropezar con mi carta, hasta que por último quiso la casualidad que pusiera el pie encima. Entonces se inclinó para recogerla. Yo estaba en ascuas.

Palabra del Dia

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