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Actualizado: 8 de julio de 2025
Mirar a la luna medio minuto seguido era romanticismo puro; contemplar en silencio la puesta del sol... ídem; respirar con delicia el ambiente embalsamado del campo a la hora de la brisa... ídem; decir algo de las estrellas... ídem; encontrar expresión amorosa en las miradas, sin necesidad de ponerse al habla... ídem; tener lástima de los niños pobres... ídem; comer poco... ¡oh! esto era el colmo del romanticismo.
Las personas razonables, al llegar al puerto de mar, lo primero que deben hacer es aclimatarse, respirar: el mes de junio es excelente para el caso julio y agosto para tomar los baños; septiembre, y á veces octubre, procuran el descanso de los fuertes calores, dulcifican la excitación producida por la acritud salina, consolidan los resultados, y aun con sus frescos ventarrones acostumbran á los fríos invernales.
Hermosos castaños formaban en un ángulo una especie de bosquecillo provisto de rústicas sillas. A ese bosquecillo solía venir Beatriz algunos mediodías a leer a sus anchas, cuando la baronesa la dejaba respirar. El pintor llamó a su hija que ocupaba una habitación contigua a la suya.
Villamelón no le dejó respirar; apenas si pudo cruzar una cariñosa sonrisa con la dama, un apretón de manos con Martínez, y el impaciente padrino, tirando de él a la rastra, llevóselo por la puerta de la Saleta.
Maximiliano empezó a desnudarse, deteniéndose a cada momento. «En cuanto muevo un brazo decía con terror , me aumentan de tal modo las palpitaciones que no puedo respirar. Ballester dice que es nervioso, una hiperquinesia del corazón, producida por la dispepsia... gases... Pero yo digo que no, que no, que esto es más grave.
Y se asomó a la ventana para respirar, pero, como rechazado por una fuerza invencible, se alejó con horror, y se apoyó sobre el borde de su cama. Sus ojos estaban rojos y ardientes; su mirada, largo tiempo fija, se veló poco a poco; y sucumbiendo a la fatiga y a la agitación, sus ojos se cerraron. Al principio resistió al sueño, después cedió...
Un filósofo alemán que prolongó su vida a fuerza de prudencia, el célebre Kant, cuando daba su cotidiano paseo higiénico, tenía cuidado de cerrar la boca y de respirar exclusivamente por la nariz ¡tanto temía al aire que le rodeaba! Pero, entonces, querido doctor, ¿todos estamos condenados a morir del pecho? Mueren muchos, señora, y los homeópatas no lo evitan. ¡Pero también curan muchos!
Cuando nos dejamos deslizar por la suave pendiente de la piedra y nos reunimos alrededor del almuerzo que estaba ya preparado allí mismo, nos notamos los rostros pálidos y el respirar fatigoso. Una grave pesadez nos invadía, un deseo imperioso de dejarnos caer al suelo y dormir, dormir largas horas.
Todo aquel día, había estado doña Paula en su lecho, quejándose de una fuerte opresión en el lado izquierdo, que le dificultaba mucho el respirar. No le gustaba llamar al médico, por esa antipatía invencible y aun terror que tiene la plebe a la ciencia.
Por un buen rato, la mujer permaneció silenciosa en aquella postura, atreviéndose apenas a respirar, y luego fuese por motivo de alguna oculta simpatía nacida del contacto, o Dios sabe por qué, empezaron a estremecerla ciertos pensamientos.
Palabra del Dia
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