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Actualizado: 13 de junio de 2025
Quedábanme seis onzas de oro: fué menester dar dos al jurisperito que consulté, otras dos al procurador que se encargó de mi asunto, y dos al escribiente del primer juez. Hecho esto, aun no se habia empezado mi pleyto, y ya llevaba mas dinero gastado que lo que mis requesones y mi muger de añadidura valian. Volvíme al pueblo con ánimo de vender mi casa por recobrar á mi muger.
¿Porqué os rendis á vuestra desgracia? dixo Zadig al pescador. Porque no veo remedio á ella, le respondió. He sido el vecino mas pudiente de la aldea de Derlback, cerca de Babilonia, y con ayuda de mi muger hacia los mejores requesones del imperio, que gustaban infinito á la reyna Astarte y al célebre ministro Zadig.
Tomóla don Quijote, y, sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y, como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho: ¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza?
Y decía entre sí: ¿Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones y darse a entender que le ablandaban los cascos los encantadores? Y ¿qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con leones?
Púseme en volandas en la cocina de la reyna; algunos de los gentiles-hombres de beca me dixéron que habia muerto, otros que estaba presa, y otros afirmáron que se habia escapado; pero todos estaviéron contestes en que no se me pagarian mis requesones.
Mientras que unos esquilan las ovejas y mientras que otros recogen la leche en colodras y hacen requesones y quesos, aumentando así la riqueza individual, y por consiguiente, la colectiva, nosotros, o al menos yo, incapacitados por la vejez para tan útiles operaciones, empleémonos en tocar la churumbela, el violón u otro instrumento pastoril para que se recreen las ovejas.
¡Ta, ta! -dijo a esta sazón entre sí el hidalgo-, dado ha señal de quién es nuestro buen caballero: los requesones, sin duda, le han ablandado los cascos y madurado los sesos. Llegóse en esto a él Sancho y díjole: -Señor, por quien Dios es, que vuesa merced haga de manera que mi señor don Quijote no se tome con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos a todos.
Fuíme con mi muger á casa del señor Orcan, que era uno de mis parroquianos; le pedímos su amparo en nuestra cuita, y se le otorgó á mi muger, y á mí no. Era mi muger mas blanca que los requesones que fuéron el orígen de mi desventura, y no brilla mas la púrpura de Tyro que el color que su blancura animaba: por eso se la guardó Orcan, y me echó de su casa.
No contó su historia el pescador sin hacer muchas pausas, y á cada una le decia Zadig, arrebatado y fuera de sí: ¿Con que nada sabeis de la suerte de la reyna? No, señor, respondia el pescador; lo que sé, es que ni la reyna ni Zadig me han pagado mis requesones, que me han robado á mi muger, y que estoy desesperado. Yo espero, dixo Zadig, que no habeis de perder todo vuestro dinero.
Pues en verdad que esta vez han dado salto en vago, que yo confío en el buen discurso de mi señor, que habrá considerado que ni yo tengo requesones, ni leche, ni otra cosa que lo valga, y que si la tuviera, antes la pusiera en mi estómago que en la celada. -Todo puede ser -dijo don Quijote.
Palabra del Dia
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