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Actualizado: 24 de julio de 2025


Según él, nadie como Calderón entendía en achaques del puntillo de honor, ni daba nadie las estocadas que lavan reputaciones tan a tiempo, ni en el discreteo de lo que era amor y no lo era, le llegaba autor alguno a la suela de los zapatos.

A las once, el calor y la afluencia de gente hacían ya insoportable la estancia e imposible el tránsito por los salones del marqués de Butrón: hallábanse abiertas de par en par cuantas puertas y ventanas había en la casa, y más que concurso de gentes, parecía aquello un confuso revoltijo de joyas, plumas, flores, telas vistosísimas y mujeres medio desnudas, entre las que se destacaban las manchas oscuras de los hombres, revolviéndose entre ellas sofocados y sudorosos, como un enjambre de gusanos negros que hubiera fermentado aquella compacta masa de mundo, demonio y carne... En el gabinete más próximo al vestíbulo, el marqués y la marquesa de Butrón recibían a sus convidados, viendo desfilar con la misma amable sonrisa grandes nombres y grandes vergüenzas, inocencias completas y malicias refinadas, honras sin tacha y reputaciones escandalosas, barajadas y confundidas en aquella casa, sin disputa alguna noble y honrada, por la impúdica y funesta tolerancia de las grandes sociedades modernas.

Por la ley, pero no por la naturaleza; y esto lo sabe todo Madrid, el Madrid que bulle en lo alto, y habla recio y escribe, y es oído y leído, y murmura y desuella al sursumcorda, y da y quita reputaciones a su antojo.

Y eso también es público en el Madrid que hace y deshace reputaciones... ¿Te vas enterando? Adelante dijo el pobre mozo con heroica resolución, medio tragado ya por la boca del negro abismo.

He indicado la asociación normal de la campaña, la desasociación, peor mil veces que la tribu nómade; he mostrado la asociación ficticia, en la desocupación; la formación de las reputaciones gauchas: valor, arrojo, destreza, violencias y oposición a la justicia regular, a la justicia civil de la ciudad.

En la cazuela no queda títere con cabeza: albergue de solteronas y de doncellas, a las que el lujo y la riqueza no sonríen ni popularizan, se convierte en Criterion: allí se pasan por cedazo todas las reputaciones, ya sean de hombres o de mujeres. Allí se publican los deslices de la más linda mujer casada, que brilla en un palco, aunque sea más virtuosa que Lucrecia.

Su fama, aunque todavía en constante ascenso, había dejado ya en la sombra las reputaciones menos brillantes de algunos de sus colegas, entre los cuales se contaban hombres que habían empleado en adquirir sus conocimientos teológicos muchos más años que los que tenía de edad el Sr. Dimmesdale, y que por lo tanto deberían de hallarse mucho más llenos de sólida ciencia que su joven compañero.

En estos tiempos modernos, de agitada precipitación y grandes combinaciones, cuando el origen de familia no tiene valor alguno, las fortunas se hacen en un día, y las reputaciones se pierden en una hora, los secretos de los hombres son, algunas veces, muy extraños. Uno de éstos es el que revelo en este libro; uno que será, aseguro anticipadamente, enigmático y sorprendente para el lector.

Al oír esto no estuvo en tener más la risa, despedíme cuanto antes pude del sabio don Timoteo, y fuíme a soltar la carcajada al medio del arroyo a todo mi placer. ¡Por vida de Apolo! salí diciendo. ¿Y es este don Timoteo? ¿Y cree que la sabiduría está reducida a hacer anacreónticas? ¿Y porque ha hecho una oda le llaman sabio? ¡Oh reputaciones fáciles! ¡Oh pueblo bondadoso!

No había personaje de paso en París, viajero polar ó cantante famoso que escapase sin ser exhibido en el comedor de Lacour. El hijo de Desnoyers en el que apenas se había fijado hasta entonces le inspiró una simpatía repentina. El senador era un hombre moderno, y no clasificaba la gloria ni distinguía las reputaciones. Le bastaba que un apellido sonase, para aceptarlo con entusiasmo.

Palabra del Dia

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