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Actualizado: 19 de junio de 2025


Se dice que la señora Moreno prorrumpió en llanto y reproches contra su marido; pero yo que le vi en 1857 en Marysville, no lo he creído jamás.

Salté sobre una silla, trepé al alféizar y me deslicé hacia el jardín, con gran pasmo de mi tía, que se había plantado en la puerta para cortarme la retirada. Declaro que fingí escaparme, pero que en realidad me quedé escondida detrás de un laurel y que caí en un acceso de júbilo sin igual, oyendo los reproches del cura y las furibundas exclamaciones de mi tía.

Jacobo, irritado también por la burla de Pérez Cueto, acosado por los reproches de Currita y temeroso de perder la amistad, para él indispensable, de esta, viose al fin forzado a confesarle toda la verdad, con el fin de aplacarla...

Esperaba yo un sermón sobre las costumbres actuales y violentos reproches sobre el modo de ser de las jóvenes modernas, pero, con gran asombro mío, la abuela se contentó con mirarme con sorpresa y exclamó en tres tonos diferentes: Calla... calla... calla... Después se aseguró tranquilamente las gafas en la nariz, cogió su labor y habló de otra cosa... ¡Y yo, que esperaba una reprimenda!...

En aquel momento su madre empezó a hablar para hacerle reproches, en una letanía lamentable. Estaba inmóvil, con las manos entrelazadas y los ojos aflijidos y fijos. La luz del crepúsculo esfumaba su cara y su pelo en una tonalidad rojiza. Adriana la escuchaba como entre sueños; y perdida en la remota nostalgia se repetía las palabras dolientes del poema.

Era en vano que Juana, no solamente no le hiciera reproches, ni aun le confiase nada. Era demasiado mujer, y demasiado madre; había sufrido demasiado ella misma, para que pudiera engañarse sobre la verdad de las cosas, y no se perdonaba la extraña ceguedad con que había entregado a su hija a un destino peor que el suyo.

Lo segundo... bastará para ocasionar mi muerte. »Pero si el Cielo, si mi ángel bueno, si la felicidad de toda mi vida, hicieran que él me contestase: ¡, amo a usted!... ¡Ah! está mal lo que voy a decirle, y con razón me colmará usted de reproches y maldiciones; pero entonces, monseñor, no habrá poder en el mundo que me impida ser suya y sacrificárselo todo... Todo lo arrostraría, hasta la cólera de usted... Porque, en definitiva, ¿qué podría usted contra ? ¿Hacerme morir? ¿Y qué me importaría la muerte si había sido amada?

Estos reproches no eran amargos como otras veces, sino resignados, sumisos, y contenían una suprema súplica. El último vestigio de su orgullo había muerto, y la elocuencia le venía de la sinceridad de su espíritu fecundado por el sufrimiento.

No creo que sea muy grave preferir la compañía de las personas que nos son simpáticas. Posiblemente esas personas que son simpáticas no obtienen ese resultado sino gracias al mérito de sus sastres. Tranquilícese usted respondió la joven, que tomó el partido de convertir en broma los reproches de Juan; me ocupo muy poco de tal asunto.

El hubiera temido el disgustarme, de esto estoy bien segura: es verdad que no me amaría, tal vez con la misma pasión, y que después, por circunstancias más graves, el temor de afligirme hubiera sido tal vez para él como una segunda conciencia. ¡Todo se pagará; pero antes pagaré yo en reproches fundados y lágrimas amargas las ligerezas de mi pobre hijo!

Palabra del Dia

lanterna

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