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Actualizado: 21 de junio de 2025


Y entre, los rancios no sólo figuraba su tío, sino don Eugenio, el fundador de Las Tres Rosas, que también manifestaba al joven gran descontento. Siempre que Juanito se encontraba en la tienda con el viejo comerciante, éste le lanzaba miradas tan pronto de compasión como de desdén. Algunas veces hasta llegaba a murmurar con tono de reproche: ¡Ay, Juanito, Juanito...! Te veo perdido.

Su ansia de enamorado sólo le dejaba pensar en el presente. ¿Y yo? dijo con tono de reproche . Me has abandonado en el mejor de nuestros instantes. Eres desgraciada; razón de más para que no me alejes de tu lado. Yo puedo alegrar tu vida... Adivino lo que piensas. No, no pretendo hablarte de amor.

En su voz había algo que no conocía: su amor por usted, el rencor de tener que abandonar la felicidad que se prometía con usted. ¿De modo que ya no puedes tolerar mi vista? ¿Tanto te horrorizo? La dije estas palabras, y muchas, muchas otras. Ella me respondió únicamente:. ¿De quién es la culpa? Óigame usted: este era el primer reproche que me dirigía después de tantos meses de dolor.

En seguida, púsose lívido el rostro de Juanita... la puerta acababa de abrirse y Carlos apareció. Juanita, sin dirigirle un reproche, tendió hacia él sus manos, como en señal de perdón. Carlos se precipitó a estrechar aquellas manos, que cubrió de lágrimas y besos. ¿Por qué lloras, Carlos? le dijo; soy muy dichosa... ¡Te vuelvo a ver!

Silas dirigió a su amigo una mirada de vivo reproche, diciéndole: William, desde hace nueve años que vivimos juntos, ¿me habéis oído nunca decir una mentira? Pero Dios me justificará. Mi hermano le dijo William , ¿cómo hubiera podido saber lo que habéis hecho en las celdas secretas de nuestro corazón, para darle a Satanás ventajas sobre vos? Silas miraba a su amigo.

Todo te lo dije en aquella época respondió ella; pero no querías creerme, querías por fuerza hacer mi felicidad; y más tarde, ¿por qué habría hablado? En el papel las cosas toman otro significado que el que se les ha querido dar; habrías concluido por ver en mis palabras un reproche a Roberto, quizá hasta a ti misma, y yo no podía dar lugar a semejante equivocación.

Examina al príncipe con una mirada errante, detiene los ojos en su brazo rígido, estrecha después con efusión su mano izquierda. Usted es un hombre, Lubimoff. Usted sabe hacer las cosas... Y en estas palabras hay un reproche contra él, que no puede despegarse de Monte-Carlo, que aquí vivirá y morirá haciendo siempre lo mismo. Sin embargo, este es un gran día.

Ese temor tiene muchos años: estaba ya en mi corazón aun antes de que fuéramos novios, y yo sabía bien lo que hacía cuando me negaba entonces a ser su mujer; ¡era el amor, sólo el amor lo que me guiaba! ¡Marta! ¡Marta! exclamé en tono de reproche. Me parece que me has ocultado muchas cosas.

Estoy dispuesto a todo, menos a renunciar a ser su esposo. No temas, hijo mío. Magdalena es tuya, o mejor dicho, no pertenecerá nunca a otro hombre. ¿Qué quiere usted decir? Oye, Amaury; escucha en mis palabras la observación del médico y no el reproche de un padre.

Desde que me escribió aquellas palabras no ha vuelto a dirigirme ni un reproche. Sigue llamándome hijo como si adivinase que soy el prometido de Magdalena, no sólo en este mundo sino también en el otro. »¡Pobre Magdalena! Ignora que están contadas nuestras horas.

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