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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Hoy es miércoles; de modo que tenemos seis ó siete dias para darnos en cuerpo y alma por esas plazas y calles de Dios, por esos cafés, por esos teatros, por ese bullicioso y reluciente laberinto, á caza de impresiones y curiosidades de sociedad.

Teresina, el chocolate gritaba alegre, frotándose las manos. Y pasaba al comedor. La doncella, a poco, llegaba con el desayuno en reluciente jícara de china con ramitos de oro. Cerraba tras la puerta, y se acercaba a la mesa; dejaba sobre ella el servicio, extendía la servilleta delante del señorito... y esperaba inmóvil a su lado.

Amparo observaba la sala, el piano de reluciente barniz, el menguado espejo, las conchas de Filipinas y aves disecadas que adornaban la consola, el juego de café con filete dorado, los trajes de las de García, el grupo imponente del sofá, y todo le parecía bello, ostentoso y distinguido, y sentíase como en su elemento, sin pizca ya de cortedad ni extrañeza.

Se había puesto excesivamente, monstruosamente gruesa; el pecho desbordaba del corsé; la cintura, salida de madre, invadía las caderas; los brazos, del codo al hombro, tenían más de muslos que de brazos; el cuello, corto, con un collar de grasa, que caía en blanda papada sobre el cuerpo del vestido, manchado por la transpiración y los polvos de arroz; la cara, mofletuda, colorada, reluciente; los ojos, enterrados en tanta gordura, lacrimosos, a la sombra de un flequillo postizo, que se encrespaba sobre las cejas peladas... Y encima del peinado pretencioso, una capota rosa, una capotita monísima... ¡Qué bajón tan grande había dado la señora de Esteven!

Accesos de furor sacudieron un instante sus miembros al hallarse impotente contra los muros blancos, que parecían mirarla con apacible indiferencia; y de pronto, bajándose, recogió un trozo de ladrillo que la casualidad le mostró, a la luz de un farol, caído en el suelo, y con airada mano trazó una cruz roja sobre la oscura puerta reluciente de barniz, cruz roja que dio mucho que pensar los días siguientes a doña Dolores y al tío Isidoro, que recelaban un saqueo a mano armada.

El señor deán, profundamente disgustado, se puso el manteo, cogió la teja de reluciente felpa, y salió diciendo como si el chico pudiese comprenderle: Entre el ábaco y la cornisa: allí está el mal. A los pocos momentos entraban en la iglesia.

Un grupo de oficiales de Infantería y Caballería ocupaba un banco entero, y el sol parecía concentrarse allí, atraído por el resplandor de los galones y estrellas de oro, por los pantalones rojo vivo, por el relampagueo de las vainas de sable y el hule reluciente del casco de los roses.

Rodeado por un grupo de máscaras estaba el simpático don Feliciano Gómez. Su gran pirámide de cabeza monda y reluciente, descollaba soberbia por encima. Eran mujeres las que formaban círculo en torno suyo, armando algarabía insufrible. Las bromas que le prodigaban tocaban a menudo en la injuria.

Pero aun hay más. Cuando don Simón suspende, dos veces al día, sus tareas, sube al primer piso; y atravesando alfombradas estancias, alfombradas, así como suena, entra en un gabinete lujosamente amueblado también, y allí se cambia la bata por un elegante traje de calle; se quita el gorro de la cabeza, en la cual ocasión puede vérsela coronada por una calva nada aristocrática por cierto, y se pone el grave, reluciente sombrero de copa.

Pero aquéllos no parecían dispuestos á ceder el campo, pues viéndole venir el negro, sacó un reluciente cuchillo y lo esperó á pie firme; el otro empuño su nudoso bastón y entre amenazas y maldiciones invitó á Roger á acercarse.

Palabra del Dia

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