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Actualizado: 12 de junio de 2025


A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida." Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba. "Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás ." Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba.

Pue bien, ezte Matalaoza, que era un tío mu bragao y mu soso, le derrotó completamente, le hizo prizionero y le tuvo tirando de una noria hazta que ze murió. Todavía ze conzervan en lo zótano de caza alguno peazo de la maquinita. D. Pedro, Jaime Moro y el conde de Onís habían suspendido el juego y reían sin rebozo alguno. No puede ser.

Como todo es relativo en el mundo, para la gente de escalera abajo de la casa solariega el ama representaba un salvaje muy gracioso y ridículo, y se reían tanto más con sus patochadas cuanto más fácilmente podían incurrir ellos en otras mayores. Realmente era el ama objeto curioso, no sólo para los payos, sino por distintas razones, para un etnógrafo investigador.

Las tres se reían viendo la sorpresa y confusión de Moreno, que era una excelente persona, como de cuarenta y cinco años, célibe y riquísimo, de aficiones tan inglesas que se pasaba en Londres la mayor parte del año; alto, delgado y de muy mal color porque estaba muy delicado de salud. «Que si tengo cascote. ¿Es para usted?».

Todos reían, «¡ja, ja, jacon una carcajada espontánea, pero breve; una risa en tres golpes, pues el prolongarla podía interpretarse como una falta de respeto á la majestad. Cerca de Europa, una oleada de noticias salió al encuentro del buque. Los empleados del telégrafo sin hilo trabajaban incesantemente.

Don Elías cruzaba la Carrera de San Jerónimo, cuando vió que hacia él venían unos cuantos hombres que reían y gritaban dando vivas á la Constitución y á Riego. Trató de evitar el encuentro, y tomó la otra acera; pero ellos pasaron también, y uno le detuvo. Eran cinco individuos, y de ellos tres, por lo menos, estaban completamente embriagados. Nuestro ya conocido Calleja les mandaba.

Y todos reían, diciéndose que Febrer hablaba por experiencia propia, pues era gran aficionado a visitar «la calle», encargando trabajo a los plateros para poder hablar con las plateras. También estaba en el recibimiento el retrato de otro de sus ascendientes, el inquisidor don Jaime Febrer, que llevaba su mismo nombre.

Estoy lucido, como hay Dios». Fortunata le cogió gallardamente en brazos y le metió en la cama. Aún podía ella más. Ambos se reían; pero después de la risa, Maximiliano dio un suspiro, diciendo con la tristeza mayor del mundo: «¡Qué fuerza tienes!... ¡Y yo qué débil! ¡Y a este llaman sexo fuerte! ¡Valiente sexo el mío!».

Y como no le hacían caso, y se reían de ella y hasta la dejaban sola, para correr por la casa y refrescar y tocar el piano y cantar, toda vez que ella misma confesaba que no le dolía nada, se tiraba la dama encinta de los pelos, insultaba medio en broma, medio en veras, a sus amigas y amigos llamándolos verdugos, y proponiéndoles que pariesen por ella y que verían.

Yo lo hago por vuestro bien, á ver si se os quita ese maldito vicio de la borrachera. ¡Pero ni por esas! Aunque os diese petróleo con pimentón vendríais aquí á dejarme la quincena. ¡Que el diablo te coma el alma, bandido! exclamó el minero irascible, mientras los demás reían.

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