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Actualizado: 1 de junio de 2025


Híala, que por su condición viva y regocijada había tomado en fastidio tanta circunspección y compostura, quiso aprovechar ocasión tan feliz de solazarse a todo su albedrío; y mientras la Sultana madre se entretenía en reñir en un estanque a varias esclavas que se bañaban con mucho de algazara y escarceo y algún poco de desenvoltura, se perdió por entre un laberinto de mosquetas, rosas y celindas, acompañada sólo de Encirnún, una su esclava, persiana de nacimiento y de singular belleza y discreción.

No fue aquella comida tan sabrosa para como otra que yo no olvidaba, más que por lo reciente de su fecha, por lo regocijada que la hicieron aquellas dos comensalas que en la última, algo por respeto a la tristeza «oficial» de la casa, y algo más por la pena que los motivos de esta tristeza les daban, comieron muy poco y hablaron menos.

El cielo de un hermoso azul; el sol poniéndose detrás de la colina del Escobillar, y al Noroeste soberbias montañas, el pie nevado del Citlaltépetl. Avanzaba yo entretenido con el espectáculo de aquella regocijada multitud, cuando columbré a Castro Pérez.

Era la alegría de la paz después de mil años de guerra y de piratería con los pueblos infieles del Mediterráneo: la regocijada conmemoración de la victoria conseguida por los payeses de Sóller sobre una flota de corsarios turcos en el siglo xvi.

Y digo que, no contenta mi fortuna de haberme quitado de mis estudios y de la vida que en ellos pasaba, tan regocijada y compuesta, y haberme puesto atraillado tras de una puerta, y de haber trocado la liberalidad de los estudiantes en la mezquinidad de la negra, ordenó de sobresaltarme en lo que ya por quietud y descanso tenía.

Zapato vaquerizo; ceñido y bien cortado pantalón; chaquetilla gentil; sombrero bien ladeado, y joronguillo al hombro. ¡Buena facha! ¡Eso es! ¡Bien plantado! Pero.... ¡Ven, para que te vean tus tías! Echóme el brazo y me condujo hacia la sala. Al entrar exclamó: ¡Aquí está el hombre! Vamos a ver... ¿qué le falta? Tía Pepilla sonreía regocijada. La enferma me veía apenada y triste.

Nunca se le había visto tan afanoso. Generalmente era displicente, y hasta en las bromas más premeditadas mostraba cierta actitud desdeñosa, sincera o fingida, que le hacía más temible. Ahora echaba todo el cuerpo fuera. Es que se trataba de la farsa más estupenda y regocijada que había presenciado jamás la ciudad de Lancia desde que los monjes de San Vicente habían venido a fundarla.

La cena fue regocijada y ruidosa: se bromeó, se contaron de antemano las perdices que habían de sucumbir, se saborearon por adelantado las provisiones que se llevaban al monte, y se remojó previamente el gaznate con jarros de un tinto añejo que daba gloria.

Entre tanto, a fin de mostrar a Rafaela que por ella sólo había sido ordenada y juiciosa su vida; a fin de hacerle notar que se consolaba de su desdén volviendo a sus antiguas travesuras y locos deportes; y a fin acaso de que el mismo Pedro Lobo comprendiese que nada tenía él que ver con Rafaela, y que Rafaela no le importaba nada, decidió y concertó con los más alegres jóvenes de Río una regocijada partida de campo para el día siguiente, o mejor diremos para la siguiente noche.

El Barón casi dejó de admirarme como hermosa, a fin de quererme, de atenderme y de servirme como buena. No soy yo alegre y regocijada por mera y espontánea energía de mi espíritu. Lo he sido y lo soy también porque me impongo, porque me decreto la alegría. Las cosas no pueden estar mejor de lo que están. Me parecería ingratitud para con Dios, si yo me quejase.

Palabra del Dia

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