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Actualizado: 26 de junio de 2025
Recuerde le dije al viejo que usted debe encontrar, si es posible, un medio de hacer relación con Paolo Melandrini, obtener de él mismo todos los datos que pueda sobre su persona, y arreglar las cosas de modo que yo pueda, lo más pronto posible, verlo sin que él me vea.
De Urdaneta y Legazpi el apellido será, acaso, de todos olvidado, y de mi patria el nombre venerado ni evocado será, ni enaltecido. Acaso alguien recuerde, como en sueños, un pasado de encantos más risueños, que en su eterna canción digan las olas; pero aun cuando en placer se trueque el llanto ¡No tendrán ya estas islas el encanto de las dulces mestizas españolas!
Escúcheme, mi querido Domingo; dentro de tres días será usted un alumno de segunda enseñanza, es decir, algo menos que un hombre y mucho más que un niño. La edad es lo de menos. Usted tiene diez y seis años; pero, si usted quiere, dentro de seis meses puede contar diez y ocho. Abandone usted Trembles y olvídelo. No lo recuerde hasta más tarde, cuando se trate de arreglar las cuentas de su fortuna.
¿Sabe usted lo que ahora me viene a la memoria? dijo Tomasa . Pues me acuerdo de otra vez que nos vimos aquí mismo, en este jardín, hace una friolera de años: lo menos cuarenta y ocho o cincuenta. Yo estaba con mi pobre hermana mayor, que acababa de casarse con Luna el jardinero. Por el claustro andaba rondándome el que luego fue mi marido. Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de los judíos del Monumento. Era usted, don Sebastián, que había venido a Toledo para ver a su tío el beneficiado, y no quería marcharse sin visitar a su amiga Tomasita. ¡Y qué guapo estaba usted! Es la verdad; no lo digo por adularle. ¡Tenía usted un aire de pillo para las muchachas! Hasta recuerdo que me dijo algo sobre lo hermosa y fresca que me encontraba después de los años de ausencia. A usted no le sienta mal que recuerde esto, ¿verdad? Eran chicoleos de soldado. ¡Tantos diría entonces! Cuando se fue usted, dijo mi cuñado: «
Pero ¿han venido aquí otros hombres después de Gulliver? Algunos contestó el sabio . Recuerde usted que la visita de ese Gulliver fué hace muchos años, muchísimos, un espacio de tiempo que corresponde, según creo, á lo que los Hombres-Montañas llaman dos siglos.
Lo que me parece mal es el remedo servil, y es también que el remedo sea por moda, movido el que imita por admiración ciega y sin elegir los buenos modelos con discernimiento juicioso. De todos modos, es absurdo aspirar a una originalidad tan completa que no se parezca, por ejemplo, ni recuerde en nada una novela española a las que ya en el mismo género se han escrito en otras naciones.
No me la recuerde usted, padre mío. ¡Cuántas noches, mientras usted velaba a su cabecera y yo lloraba en mi cuarto, me ha asaltado ese recuerdo, causándome la tristeza propia del remordimiento! Pero por fuerza tendrá usted que perdonarme, porque junto a Magdalena pierdo la razón, todo lo olvido, el amor me trastorna...
En interés de todos, pido á usted, pues, que me responda sin reticencias. Pregunte usted. Mi memoria se ha debilitado, pero lo que yo no recuerde podrá precisarlo mi hija. Entre los amigos de Jacobo, había uno más intimo, más querido que los demás y que se había criado con él; el conde Juan de Sorege.
Recuerde que «el ceco» tiene malas intenciones, y proceda en conformidad a ellas. Addio.» Innumerables veces traduje, palabra por palabra, esta curiosa misiva. Me parecía llena de un significado y doble sentido ocultos.
Pero si al recorrer el mundo, cuando llegues a la edad viril, escuchando tu nombre, algunos ojos brillan con simpatía, algunas manos se extienden hacia ti, será quizá que alguien recuerde todavía los cantos de tu padre. Estréchalas, hijo mío: recibe esta simpatía como una herencia sagrada. Corta es, pero ha sido ganada con alegría y sin mancilla.
Palabra del Dia
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