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Actualizado: 30 de abril de 2025
No hay duda dije yo, al notar, mientras estaba agachado, recogiendo el resto del paquete, que todas ellas, tanto por el anverso como por el reverso, tenían catorce o quince letras escritas, en tres columnas, todas, por cierto, enteramente ininteligibles. Las conté. Formaban un paquete de treinta y una cartas, faltando el as de copas, que habíamos encontrado antes.
Pero aún hay otros factores: son todas las lecturas, todas las impresiones que fué recogiendo en su camino por la vida, todas sus ufanías y desengaños de un instante, todo ese «polvillo de realidad» que sobre el espíritu va depositando la experiencia, lo que desde lejos, desde muy lejos, influye más ó menos eficazmente en el definitivo entono y arquitectura de la obra artística.
Por el cura Fernández se enteró D. Juan Fresco, en quien influyó mucho el relato de las peregrinaciones y lances de fortuna de D. Fadrique para que se hiciese piloto y siguiese en todo sus huellas. Recogiendo y ordenando yo ahora las esparcidas y vagas noticias, las apuntaré aquí en resumen. D. Fadrique estuvo poco tiempo en el Colegio, donde mostró grande disposición para el estudio.
Le hallé recogiendo cantos del suelo y cerrando con ellos el boquete de un «morio» que se había desmoronado por allí. Trabajaba con gran parsimonia, y pujaba mucho, sin quitar la pipa de su boca, a cada esfuerzo que hacía, porque ya era viejo. Me saludó muy risueño al verme a su lado, y hasta me llamó por mi nombre, «señor don Marcelo».
Primero se ganó la vida recogiendo boñigas para estercolar huertos, después fue lazarillo de ciego, dio al fuelle en casa del herrero, se metió a zagal de diligencias... por fin huyó de la comarca. Su pobre madre no volvió a saber de él en mucho tiempo.
Las tres mujeronas que habían ido en busca de la delincuente, pasaban de la huerta al patio por la puertecilla verde, huyendo despavoridas y dando voces de pánico. Sonó en dicha puerta el estampido de un fuerte cantazo. «¡Que nos mata, que nos mata!» gritaban las tres, recogiendo sus faldas para correr más fácilmente por la escalera arriba.
El espectáculo es grandioso, imponente, y el Magdalena, que desde allí se encrespa al soplo de las brisas marinas, es ya un pequeño mar que muchas veces alcanza 1,500 metros de anchura, incluyendo sus muchos islotes pintorescos. Despues el viajero, que presiente el aspecto del cercano Atlántico, á juzgar por la escena infinita que se le presenta, va recogiendo nuevas impresiones.
¡Grave dificultad! Nadie se atrevía á pasar adelante. ¿Por qué la América, conocida ya, era tan difícil de descubrir? Porque se quería y se temía á la vez encontrarla. El sabio librero italiano, Colón, sabía bien lo que se hacía. Había estado en Islandia recogiendo las tradiciones; y, por otra parte, los vascos le comunicaban cuanto sabían de Terranova.
Hombre, déjate de lecciones, ¡vamos á hacer día pichido! Día pichido llaman los estudiantes de Manila al que encontrándose entre dos de fiesta, resulta suprimido, como estrujado por voluntad de los estudiantes. ¿Sabes tu que verdaderamente eres un bruto? replicó furioso Plácido recogiendo su libro y sus papeles. ¡Vamos á hacer día pichido! repetía Juanito.
Al fin se detuvo y se calmó la ventolera aquélla; y recogiendo lo que antes había puesto sobre la mesa y colocándolo interinamente en las sillas inmediatas, levantó el ala que aquélla tenía libre y plegada, y no las dos, por no necesitarse para mí solo tanto espacio, según tuvo la bondad de advertirme; tendió sobre el tablero resultante un blanquísimo mantel; puso sobre éste una botella de vino, un cubierto de plata maciza y de anticuada forma, dos vasos de cristal, tres platos amontonados, una torta de pan, tibio todavía, según me dijo la complaciente señora, porque no hacía aún dos horas que había salido del horno del corral; un queso duro, de ovejas, y cosa de medio maquilero de nueces y avellanas.
Palabra del Dia
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