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Y ese es el destino cruel del enamorado monstruo, que soy yo; estar petrificado, a una distancia infranqueable de la amada y haciendo gárgaras. Esto último constituye un rasgo humorístico, que cierra la composición. Lo cómico es siempre chabacano y despreciable. Lo humorístico es un modo poético. ¿Que cuál es el nombre de la dama? Jamás lo declararé. Antes dejo que me desuellen vivo....

El paisano se había hecho su amigo íntimo, le había confiado la gestión de sus intereses y por último había tenido el rasgo feliz de ofrecer a la novia no un regalo como cualquier hombre vulgar, sino un billete de quinientas pesetas para que ella comprase el objeto que más le gustase. Este procedimiento generoso y práctico a la vez le había elevado considerablemente en el concepto de Escudero.

Como éste se había ya retirado á descansar, su Jefe de Estado Mayor, el Teniente Coronel Varona, rasgó el sobre, y tan pronto como se hubo enterado del contenido del despacho, se puso en pie de un salto y ordenó que le trajeran su caballo, partiendo inmediatamente á galope, acompañado del capitán García Vega.

Es decir, que yo no le rindo homenaje a Julio Antonio por la simple razón de que Julio Antonio no es un imbécil; y esto, que quizás parezca un rasgo de humorismo, no es, después de todo, ni más ni menos que lo que se viene haciendo en las llamadas «esferas oficiales».

De cuando en cuando, pensaba que, siendo yo como era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada generosidad de su parte interesarse por como se interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo sorprendía con un progreso inesperado para él, o con un buen rasgo de conducta, entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los límites del entusiasmo en sus elogios.

Pero ni aun en aquel rasgo de caridad hermosa desmintió la pobre mujer sus hábitos de sisa, y descontó un pico para guardarlo cuidadosamente en su baúl, como base de un nuevo montepío, que era para ella necesidad de su temperamento y placer de su alma. Como se ve, tenía el vicio del descuento, que en cierto modo, por otro lado, era la virtud del ahorro.

No cuanto tiempo después de haber logrado conciliar el sueño, rasgó el silencio de aquella noche tal grito de terror, que sigue y seguirá retumbando en mis oídos, mientras yo viva. Lo oyó mi mujer y despertó asustada; lo oyeron los sirvientes todos, y en breves momentos, los claustros fueron poblándose de sombras, que inquirían con voces de miedo qué acontecía.

Algo dijo que llevó al ánimo de don Evaristo el convencimiento de que su chulita se veía en un mal paso. De repente soltó mi hombre la risa infantil y babosa, diciendo: «¿Apostamos a que ha habido algún rasgo? Precisamente lo que más prohibí, los dichosos rasgos, que siempre traen alguna desgracia».

La confesión de la culpa ennoblece siempre, y como demasiado sabía él que todo lo noble hallaba eco en el gran corazón de Jacinta, se dijo: «aquí me viene bien un rasgo». Pero el momento de la confesión se acercaba, y el pecador estaba algo confuso, sin saber cómo iba a salir de ella.

Esta belleza de los ojos era un rasgo que tenía de común con sus hermanas, como asimismo la extraordinaria y continua intensidad de la mirada, llena de alma. Las Aliaga conocían muchos libros que Adriana había leído, se asemejaban a ella en ideas y modos de ver, deliraban por versos de amor y comentaban con sutileza las novelas francesas y rusas que les traía Julio.