Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !


La desdicha le parecía irremediable; lo sólo que debía procurar era prescindir de su amor, sofocándolo como a sentimiento réprobo, cuya vida ha de ser toda maldición y pena. Según fueron llegando a sus manos las primeras cartas de Pepe, las rasgó con ira, sin leerlas; pero en vez de tirarlos, guardó los pedazos en el cajón de un mueblecillo.

Don Juan no estableció comparación ni paralelo entre ella y las sacerdotisas de Venus; pero instintivamente, sin quererlo, a cada cuerpo, a cada rostro, a cada boca, a cada rasgo femenino que evocaba, le parecían superiores el cuerpo, el rostro, la boca y el recuerdo todo de Cristeta. ¿Por qué la dejaría? Y ella, ¿cómo se había entregado a otro hombre?

Doña Cristina también había perdido su primitiva inquietud al transcurrir el tiempo y se mostraba satisfecha, sonriendo modestamente ante las amigas que la felicitaban por este rasgo de independencia conyugal, para mayor gloria de Dios. El elogio del Padre Paulí valía por todos los terrores que le había hecho sufrir el gesto hosco de su marido.

18 A más de esto, declaró Safán escriba al rey, diciendo: El sacerdote Hilcías me dio un libro. Y leyó Safán en él delante del rey. 19 Y cuando el rey oyó las palabras de la ley, rasgó sus vestidos; 20 y mandó a Hilcías y a Ahicam hijo de Safán, y a Abdón hijo de Micaía, y a Safán escriba, y a Asaías siervo del rey, diciendo:

Su padre fue mayordomo de un grande de España, quien, por los tiempos en que aún llamaban Pepito a don José, le empleó en una oficina pública para que no anduviera metiendo bulla todo el día en los pasillos del caserón señorial, y aquel rasgo de caritativo egoísmo determinó el porvenir del muchacho.

Hecho este examen, el tío Juan, sin perder un solo rasgo de su gravedad, dice en tono solemne: Caballeros, la pareja..., lo que toca á la pareja, no tiene pero. Son dos rollos de cuatro años, sanos como dos corales.

Inspirado por la desesperación, D. José tuvo una idea, ¡oh rasgo de humanidad y de amor! Se le ocurrió salir disfrazado a pedir limosna, seguro de encontrar almas generosas. No llegó esto a efectuarse porque se opuso resueltamente Isidora. ¿Pero qué harían? ¿Pedir a Emilia? De ninguna manera.

Y don Fermín rasgó también esta carta, y en mil pedazos más que todas las otras. No acertaba a arrojar en el cesto los pedacitos blancos y negros, y el piso parecía nevado; y sobre aquellas ruinas de su indignación artística se paseaba furioso, deseando algo más suculento para la ira y la venganza que la tinta y el papel mudo y frío.

En las jóvenes la pintura es, en el fondo, una coquetería, y queda muy mal el coqueteo a cierta altura de la vida. El rasgo esencial de la vejez es un tranquilo desengaño, y causa risa ver una mujer engañándose a misma de que aun no está desengañada. El afeite en las viejas viene a ser algo así como una chochera pictórica.

El ojo bizco de esta mujer era su único, pero completo rasgo fisonómico-característico; era un verdadero ojo de demonio que lucía como un ascua medio apagada, y que en continua movilidad dejaba ver sucesivamente todas las expresiones de los siete pecados capitales.