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Ya pueden ponerme los vestidos que quieran: debajo de ellos siempre estará Demetria, la misma rapaza para quien hacías zampoñas y buscabas nidos allá en el monte, la misma que acompañaste en las romerías tantas veces. El mozo de la Braña escucha estas nobles palabras con alegría y guarda silencio paladeando su sabor delicioso.

Era traviesa y un tanto coqueta la rapaza y era el capellán peritísimo en las lides de amor. Así es que en cuanto se hallaban juntos comenzaba un tiroteo gentil donde si él lucía su destreza y sus recursos galantes, ella mostraba su fácil palabra y su ingenio picaresco.

Al cabo se oyó la voz del minero llamando á su jefe. ¡Ruperto! ¡Manuel! La rapaza está aquí, pero muerta. Nadie oyó estas palabras más que él y los mineros que se hallaban inclinados sobre la misma boca del pozo.

La primera era, según dicen, una linda rapaza; éste aseguran que es un loco; de aquélla no vimos más que las andas, y de éste el papelón en que viene embutido. ¡Jamás nosotros, los del menudo pueblo, vemos más que la corteza de las cosas! Calla y mira, Albolalit le replicó el otro . ¿Qué sacarás con ver lo que no te importa o lo que no pudieras conocer?

«Mira, chiquilla, si no te largas, verás». La amenazó con un movimiento del brazo, precursor de una gran bofetada; pero la mona se le rebeló, chillando así: «No me da la gana... ¿Y a usted qué?... ¡Mía esta!...». Fortunata le dijo: «Papitos, vete a la cocina», y obedeció la rapaza, aunque de muy mala gana. «Pues yo... prosiguió Fortunata , si es verdad, le diré a mi marido que tome otra casa».

Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo.» Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.

EL JUEZ. ¡Evidentemente, usted se dejó engañar por las apariencias...! ELOY. Fuimos a comer al restaurante Duval para acabar nuestra conversación; el miserable Chabornac me hacía beber, mientras que yo multiplicaba los sabios consejos a la rapaza; ésta estaba sentada a mi lado; me contemplaba con sus grandes ojos y murmuraba: «¡Qué bien habla usted...! Habla como mi confesor.

Ya que lo veo necesario, Nolo, voy á decirte lo que y que según las trazas nadie ha querido contarte hasta ahora. Esta mañana se presentó en Canzana una gran señora y preguntó por el tío Goro y la tía Felicia. Entró en su casa, habló con ellos y también con Demetria y se fué en seguida. Allí se dice que esta gran señora es la madre de tu rapaza, y que se la lleva para Oviedo ó Gijón.

Estoy casado; el cura me regaña; tuve más de un disgusto con la mujer. Creo que harto escándalo di ya y que es hora de echar algunas paletadas de tierra en la hoguera que me consume... Pero dígolo en verdad, por nada de este mundo quisiera que la rapaza cayera en poder de algún zorrocloco que no tuviera para mantenerla, que la matara de hambre ó le diese mala vida.

En seguida, alzando la voz, y señalando hacia las cuadras vecinas: ¡A la enorme felonía gritó de esos malos caballeros! Por Dios, hable vuesa merced más bajo, que pueden oílle interrumpió Ramiro, agregando: De suerte que vuesa merced lo sabe también por... Por esta rapaza contestó el Canónigo señalando a Casilda.