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-Con facilidad será vuestra merced satisfecho -respondió el licenciado-; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.

Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo.» Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.

Yo, movido a risa, le dije: -Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer a V. Md. en el campo denantes, que más le tenía por encantador, viendo los círculos. -Eso -me dijo- era que se me ofreció una treta por el cuarto círculo con el compás mayor, continuando la espada para matar sin confesión al contrario, porque no diga quién lo hizo y estaba poniéndolo en términos de matemática.

Alli en aquella torre, segun veo, Alli denantes un muchacho estaba, Turbado en vista, y de gentil arreo. Si eso fuese verdad, eso bastaba Para triunfar en Roma de Numancia, Que es lo que mas agora deseaba. Lleguemonos allá, y haced instancia Como el muchacho vuelva á nuestras manos Vivo, que es lo que agora es de importancia. VIRIATO desde la torre. Dónde venis? ó qué buscais, Romanos?

¡Arreniégote, Demonio! ¡Arreniégote, Demonio! Al oir un largo relincho acompañado de golpes en el portón, Don Juan Manuel se detiene en lo alto de la escalera. Denantes llamándole estuve porque bajare a abrir, y no hubo modo de despertarlo. ¡Con perdón de mi amo, hasta le di con el zueco! El caballero se sienta en un sillón de la antesala, y la vieja se acurruca en el quicio de la puerta.

-Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste, te juro -dijo don Quijote- que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo. ¿Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés?

Créeme, amigo, que es menester rogar a Nuestro Señor muy de veras que nos libre a los dos de malos hechiceros y de malos encantadores. -No es burla, señor -replicó Sancho-, sino que denantes le hablar, y no pareció sino que la voz de la Trifaldi me sonaba en los oídos.

Y así, le volvió a preguntar qué era lo que le quería decir denantes.