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Actualizado: 11 de mayo de 2025


¡Hombre, bien! choque usted exclamó la de Frías, dando la mano a Ramoncito-. Es la única frase regular que le he oído en mi vida. Generalmente no dice usted más que tonterías. Muchas gracias. No hay de qué. Ya hemos leído la pregunta que usted hizo en el Ayuntamiento, Ramoncito dijo la señora de Calderón, mostrándose amable para desvirtuar la acusación de Pinedo. ¡Ps! cuatro palabrejas.

Sus relaciones parecía que eran las mismas; reuníanse en el club diariamente, paseaban a menudo juntos, iban a cazar al Pardo como antes. En el fondo, sin embargo, se aborrecían ya cordialmente. Por detrás decían perrerías el uno del otro; Cobo con más gracia, por supuesto, que Ramoncito, porque le tenía, fundada o infundadamente, un desprecio verdadero.

¡Ay, hija! exclamó aquélla respondiendo a la última frase. ¡Si vieras qué catarrazo he pillado la otra noche en el teatro! El tonto de Ramoncito Maldonado es el que ha tenido la culpa. Con tanto saludo y tanta ceremonia, no acababa de cerrar la puerta del palco. Aquel aire colado se me metió en los huesos. Ha tenido fortuna ese aire manifestó con sonrisa galante el general Patiño.

No obstante, Ramoncito, como todos los neófitos, mucho más si poseen un temperamento exaltado y entusiasta, exageraba la doctrina del maestro. Sean ejemplo de esta exageración los cuellos de camisa. Porque Pepe Castro los gastase altos y apretados ¿había razón para que Ramoncito anduviese por esas calles de Dios con la lengua fuera, padeciendo todo el día los preliminares de la pena del garrote?

Gracias, Pinedito, gracias respondió el joven algo amoscado .Pues ya que he llegado a esa categoría, te ruego que no seas tan guasón. ¡Hombre, tampoco está mal eso! exclamó Pepa Frías con asombro . Ramoncito, va usted echando ingenio. El joven concejal fué a sentarse entre la niña de la casa y la menor de Alcudia, que se apartaron de mala gana para dejarle introducir su silla.

Y en efecto, cinco o seis pollastres de lo más elegante y perfilado de la sociedad madrileña zumbaban en los paseos, en las tertulias y en el teatro Real alrededor de la rica heredera, como zánganos en torno de una colmena. Ramoncito tenía varios rivales, algunos de consideración.

¡Podría no tomarlo, niña! exclamó D.ª Esperanza con voz irritada . Un tronco que ha costado quince mil pesetas.... ¡Pues digo yo si es una gracia de Leandrito! Y siguió buen rato desahogando su furia, casi tan grande como la de su yerno. Castro y Ramoncito se levantaron, al fin, para irse. Mariana, que había tomado con mucha filosofía la desgracia, les invitó a comer.

Naturalmente, Ramoncito aprovechó este desahogo para poner de manifiesto el contraste entre su parquedad poética y la glotonería prosaica de Cobo; hasta que Esperancita le paró los pies diciendo con mal humor a su amiguita Paz, que estaba del otro lado: Pues a me gustan los hombres que comen mucho. A también repuso Pacita . Al menos indica que no tienen enfermo el estómago.

Que se vaya Pepe, ya que tiene otros compromisos. Ramoncito iba a decir que con todas las veras de su alma; mas por encima de la cabeza de la niña, Castro principió a hacerle signos negativos, con tanta furia, que el pobre dijo con voz apagada: No ... yo tampoco puedo.... ¿Por qué, Ramón? ...Porque ... tengo que hacer. Pues lo siento.

Y si Pepe Castro, por motivo de una enfermedad nerviosa que había tenido de niño, cerraba el ojo izquierdo con frecuencia, lo cual sin duda le agraciaba, ¿con qué derecho pasaba el día Ramoncito haciendo guiños a la gente con el suyo?

Palabra del Dia

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