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Actualizado: 10 de mayo de 2025


La nobleza vetustense opinó que muerto el perro no se acabase la rabia; que la muerte providencial de la modista no era motivo suficiente para hacer las paces con el infame don Carlos ni para enterarse de la suerte de su hija. Tiempo había para proteger a la niña, sin menoscabo de la dignidad, si, como era de presumir, la conducta loca de su padre le arrastraba a la pobreza.

Y dejando caer su cuchara en la sartén de arroz, lloriqueó largamente, bebiéndose las lágrimas. Después enrojeció con repentina rabia, mirando el pedazo de vega que se veía á través de la puerta, con sus blancas barracas y su oleaje verde, y extendiendo los brazos gritó: «¡Pillos! ¡pillosLa gente menuda, asustada por el ceño del padre y los gritos de la madre, no se atrevía á comer.

Te diré... Yo misma conozco que soy otra, porque cuando perdí la idea que me hacía ser señora, me dio tal rabia, que dije: «Ya no necesito para nada la dignidad, ni la vergüenza». ¿ te enteras?... Por una idea se hace una persona decente, y por otra roía idea se encanalla.

En esto ha parao tanta monería, que parecías un perrito faldero dijo , y salió lentamente por el pasillo, mientras Frasquita, temblona de pura rabia, continuaba dando a don Quintín pechugones, arañazos, pellizcos, tirones de pelo y, lo que era peor, dirigiéndole un interrogatorio, cuya entonación y preguntas auguraban la más espantable venganza.

Quevedo estaba en la situación, y sus últimas palabras influyeron terriblemente en el ánimo del joven, porque había oído aquellas mismas palabras á Dorotea. ¿Y ha podido llegar la locura de esa infeliz hasta tal punto? dijo. No era locura, sino rabia, y rabia femenil, la más terrible de las rabias de que puede adolecer una criatura.

D. Basilio se ponía colorado y después palidecía. Sus labios temblaban al aplicarse al borde del vaso. ¿A que no? dijo con rabia Juan Pablo . Eso, nunca. Antes que eso, que vuelvan los cantonales. ¡Ni que fuéramos bobos en España! Señores, ¿a ustedes les cabe en la cabeza que venga aquí el Príncipe Alfonso? Y detrás doña Isabel. ¡Bonito porvenir!... Otra vez el moderantismo.

Con estas palabras avivado había Margarita el fuego de la celosa rabia de Cervantes, que se arrepentía más y más de su pasada, pero irreparable debilidad y ligereza.

Se lo he dicho todo; pero Doña Blanca ha contestado que, si bien te cree un hombre sin religión, todavía te tiene por caballero, y que no teme de esas villanas é infames acciones con que en tu rabia la amenazas.

¡Ese trasto de Quevedo! gritó Torquemada llevándose un puño á la boca y mordiéndoselo con rabia. Le voy á sacar las entrañas....

No, gracias. ¡Come! ¡no seas maula!... Acuérdate de aquel consejo: «donde vayas a comer, come mucho; si son tus amigos les darás placer; si son tus enemigos, les darás rabia».

Palabra del Dia

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