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Llegaron a la Aduana, pidió permiso el que los mandaba para entrar a saludar a la Regencia, se lo negamos, creyendo que los de la Junta no habrían perdido el juicio; insistió D. Pedro, golpeando el suelo con el sable y profiriendo amenazas y bravatas; entramos a notificar a los señores qué clase de estantiguas querían colarse en el palacio del gobierno, y este al fin consintió en ser felicitado por los caballeros a la antigua, temiendo despopularizarse si no lo hacía. ¡Debilidad propia de autoridades españolas!

Muchos empezaban a hacer sus cábalas para quedarse. Otros, como Bringas, querían manifestar a la revolución su desprecio, desalojando en seguida la vivienda que no les pertenecía.

Los ojos de la niña suplicaban sin comprender el riesgo a que podía exponerle la súplica, y los de Lázaro querían entender el ruego; pero el cura veía alzarse ante su propia imagen, como se interpone lo imposible entre el hombre y la felicidad.

Venían persas con las cabezas tonsuradas; griegos que traían tatuado en las manos el signo de la cruz; ingleses, irlandeses, franceses, italianos, eslavos... Unos, mudos de nacimiento, querían que el Apóstol les concediese el uso de la palabra; otros, ciegos, deseaban ver, y muchos sólo se proponían cobrar una herencia, ya que en la Edad Media, para cobrar una herencia solía imponerse como condición la peregrinación a Santiago.

Tan grande era el afan de escomulgar en los inquisidores, que querian que los mismos judíos se escomulgasen unos á otros. Con esto se aumentaron el número de los acusados, de los presos, de los reducidos á cenizas, i en fin, de los robados.

«Entonces, tocayo de mi arma, viendo que me querían meter en el estaribel y enredarme con los guras, tomé el olivo y no juimos a Cartagena. ¡Ay, qué vida aquella! ¡Re-hostia! A me querían hacer menistro de la Gubernación; pero dije que nones. No me gustan suponeres. A cuenta que salimos con las freatas por aquellos mares de mi arma.

Había en la explanada del Rompeolas dos grandes redes puestas a secar, y para no estropearlas pisando encima, me fui hacia el borde del malecón. Iba marchando de prisa, silbando, cuando de repente dos hombres se lanzaron sobre , me agarraron, y antes de que pudiera gritar me taparon la boca y me ataron los brazos. Creí que me querían tirar al agua, y mis pensamientos se reconcentraron en Mary.

Como las pragmáticas en esto de duelo son rigurosas, y como á me querían mal en la corte, creí prudente huir, y me amparé en Navalcarnero. Allí conocí á Juan Montiño... excelente muchacho... corazón de perlas, alma de ángel en cuerpo de hombre. Pero tan burlador como vos. ¡Bah! Después hablaremos de eso. Estuve algún tiempo en Navalcarnero, se arregló lo de la muerte, volví á la corte.

Tan bien supo disimularla, que la misma interesada tomó la indiferencia por franco y declarado desvío. Susana fue la única que adivinó el doble secreto de aquellas dos almas: unos cuantos detalles bastaron a su penetración para comprender que Valeria y Pérez se querían. Convencerse de ello y formar propósito de favorecerles, todo fue uno.

Encontróse acaso el P. Machoni en una ocasión con algunos de estos bárbaros que llevaban á enterrar á la madre de uno de ellos difunta, que poco antes se había convertido á nuestra santa fe, y con ella querían enterrar á un hijito suyo de pocos meses, porque ninguna india, aun sus parientas, quería tomar el trabajo de criarle: quitósele luego de las manos el Padre y por más que con la paga por delante se lo pidió y suplicó, ninguna se movió á compasión; por lo cual se vió obligado mientras vivió el niño á mantenerle con leche de cabra ú oveja, no sin increíble dolor, viendo entre tanto á muchas madres tener pendientes de sus pechos gran número de perritos para que no se muriesen de hambre.