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Actualizado: 5 de junio de 2025
Sobre el lecho de agonía Cayó, como flor tronchada Por el viento deshojada, Y su frescura perdió; Y cual se exhala el perfume Del cáliz de lirio hermoso, De su cuerpo primoroso Su alma angélica voló. Antes de cerrar sus ojos Y dar el último aliento, Con blando y lloroso acento A su lado me llamó: Su bello rostro cubría La palidez de la muerte, Y con mano casi inerte Dos pensamientos me dió.
Parecía muerto, sin el menor latido que denunciase su vida interior; pero bastaba un ligero movimiento de mano para que se estremeciese instantáneamente todo él, como un caballo que desea lanzarse á una carrera loca. Prepárese á conocer algo primoroso, Maltranita dijo Castillejo en voz queda, sin volver la cabeza . Presenciará usted una caza nunca vista.
Aquel paisaje es de suyo primoroso; pero cuando se le ve viniendo uno de surcar las soledades del mar, su encanto es indefinible. El corazon late y respira como si sintiese una resurreccion. Es que en el mar el corazon enmudece y el espíritu trabaja solo; miéntras que en la tierra el sentimiento recupera su imperio.
Era alta y airosa; su pecho juvenil y fuerte temblaba a cada movimiento; el traje era humilde, pero el peinado primoroso, y entre los undosos rizos del moño tenía prendidos al desgaire cuatro o seis clavelillos de los que adornan los puestos de las verbenas.
En cuanto al traje de los judíos, era tan fantástico, que podía valer para cualquier época, si bien tenía el inconveniente de ser tan rico y primoroso, que sólo los señoritos más acaudalados del pueblo lo podían costear; así es que había pocos judíos, muchos menos que soldados romanos; mas no por eso se sometían del todo, sino que de cuando en cuando se enredaban a trancazos con los cruzados, armando muy graciosas escaramuzas o simulacros de pelea, con los cuales el pueblo se reía y era como el sainete o parte cómica de la procesión.
El despacho era una monada, por lo pequeño y lo primoroso. Parecía el interior del estuche de una joya. Oro, blanco, rosa y azul. No había más colores allí. Azul y oro, en el tapizado de las paredes; oro y blanco, en los muebles de menuda talla, estilo Luis XVI, y rosa, blanco y azul, en alfombras y colgaduras.
Cada vez que el cuerpo de Lucía entraba en la zona luminosa, despedían áureo destello los botones de cincelado metal, encendiéndose sobre el paño marrón del levitín, y se entreveía, a trechos de la revuelta falda, orlada de menudo volante a pliegues, algo del encaje de las enaguas, y el primoroso zapato de bronceada piel, con curvo tacón.
Ya la señorita está ataviada: un traje primoroso realza su figura: primor sobre primor. «Está elegantísima», observa la señora al esposo. «Sí, sí, dice éste, muy elegante, muy linda». Y recordando las palabras de un pedagogo argentino agrega: «Pero hay que ser también «paqueta» por dentro: que a la figura elegante no corresponda un espíritu deforme». La señora confía en que la niña será siempre muy buena. «Es nuestra hija», termina. «Es verdad, asiente el padre conmovido ; será buena, porque es nuestra hija».
No se confundan, pues, nunca las especies, y téngase siempre á la vista que estarán siendo simultáneo objeto de nuestras observaciones las ricas de las aldeas y las pobres de las ciudades; las mendigas de la capital y las petimetras de los cortijos; las elegantes huríes que bostezan en coche por la Carrera del Genil y las hechiceras cursis que cimbrean su primoroso talle, vestido de limpia indiana, en un balconcillo de madera festoneado de flores; las terribles alcaldesas de monterilla, más tiesas que D. Rodrigo en la horca, y las interesantísimas hijas bien criadas de padres del antiguo régimen, moradoras de ciudades que, aun siendo de cuarto orden, presumen de más históricas que Alejandría y Atenas.....
Los muros del Palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por fruta; las escamas de los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el Palacio parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima.
Palabra del Dia
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