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Actualizado: 20 de julio de 2025
Pero un beso ahogó las palabras en sus labios. ¡Mi hija, mi hija, mi hija querida! dijo la viuda con voz trémula ; calla, calla, no llores. No irás al convento. Ya no más penas, no más dolores, alégrate. Mañana serás feliz. No irás al convento. Ríete, ponte contenta. Mañana verás a tus enemigos arrastrarse a tus pies e implorar tu piedad.
Antes de que Ponte le contestara, prosiguió diciendo: «Yo sé que usted es amigo de la familia, y que habla con Doña Obdulia... Y a propósito: Doña Obdulia, o su señora madre, ahora que son ricas, querrán sacar título. Yo que ellas lo sacaría, siendo, como son, de la Grandeza de España. Pues que no se olvide usted de mí, Sr. de Ponte... Aquí tiene mi tarjeta.
¡Parece la habitación de un palacio encantado!... Aquí estarían mejor que nosotros un moro con turbante blanco y una odalisca cubierta de brocado y pedrería... ¡Qué juegos de luz tan caprichosos!... Espera un poco, Martita, ponte aquí frente a este rayo de luz roja... ¡Si vieras qué semblante tan particular tienes ahora!... Pareces una gitana..., una hija del desierto.
La tos que le entró parecía anunciar un ataque de hemoptisis. «Hija mía le dijo su mamá, viéndola ir hacia el balcón , no te asomes, que estás sudando. Toma, ponte esta toquilla». Y se la ponía, y no pudiendo refrenar las ganas de salir al balcón, salió con Fortunata, y ambas estuvieron contemplando el alma en pena que se paseaba en la acera de enfrente.
Dijéronme D. Francisco y D. José María que hace días andaban buscándome para darme conocimiento de la herencia, y que preguntando aquí y acullá, al fin averiguaron las señas de esta casa... ¿por quién dirás? por el sacerdote D. Romualdo, propuesto ya para obispo, el cual les dijo también que yo había recogido al señor de Ponte... 'De modo me dijeron echándose a reír , que al venir a ofrecer a usted nuestros respetos, señora mía, matamos dos pájaros de un tiro'.
Y en cuanto terminamos, me dijo sencillamente: Ponte el sombrero, Magdalena. Obedecí de prisa, y la encontré dispuesta a salir conmigo. El sombrero, puesto ligeramente torcido en la cabeza, indicaba en la abuela ideas belicosas.
A Doña Francisca y a Ponte les asignaba pensión vitalicia, como a otros muchos parientes, con la renta de títulos de la Deuda, que constituían una de las principales riquezas del testador. Oyendo estas cosas, Frasquito se atusaba sobre la oreja los ahuecados mechones de su melena, sin darse un segundo de reposo. Doña Francisca, en verdad, no sabía lo que le pasaba: creía soñar.
Hija, te pregunto por saber de él, si está con salud. Se defiende. La herida se le abre cuando menos lo piensa. Vaya por Dios... Dime otra cosa... Mándeme. Quiero saber si has recogido en tu casa a un caballero que le llaman Frasquito Ponte, y si le tienes aquí todavía, porque me dijeron que anoche se puso muy malo».
Si hace caso de las bobadas de Obdulia, pronto se verá usted tan perdida como antes, porque no hay pensión que baste cuando falta el arreglo. Yo suprimiría el bosque y las fieras... dígolo por ese orangután mal pintao que han traído ustedes a casa, y que deben poner en la calle más pronto que la vista. El pobre Ponte se va mañana a su casa de huéspedes.
Esta referencia a la casa de la señora despertó en Mordejai el recuerdo del galán bunito; y como se excitara más de la cuenta con tal motivo, apresurose Benina a calmarle con la noticia de que Ponte se había marchado ya a sus palacios aristocráticos, y de que ni ella ni su ama Doña Francisca querían trato ni roce con aquel viejo camastrón, que les había dado un mal pago, despidiéndose a la francesa, y quedándoles a deber el pupilaje.
Palabra del Dia
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