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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Una orquesta, oculta en uno de los grandes cenadores, tocaba con brío aires nacionales. Lo mismo damas que caballeros, empujados por el calor que era sofocante, atraídos también por la belleza del espectáculo, salieron de casa y se diseminaron por los jardines. Los pollos consiguieron llevar a algunas muchachas hasta las inmediaciones del cenador, donde estaba la orquesta, y se pusieron a bailar.
Gervasio, ahora las bandejas de dulces... ¡Coged uno de cada lado, mastuerzos! ¿Qué quiere usted, señor Anselmo? ¿Piden los muchachos que en vez de vals sea rigodón? Pues toque usted rigodón. A ver, pollos, que hay una porción de señoras en el tocador que no tienen pareja para salir. ¡Marcelino! ¿dónde se ha metido Marcelino?
Manejé el incensario de lo lindo, aunque loando sus prendas morales con preferencia a las físicas, por parecerme de mejor gusto y no inspirar recelos. Cuando pasaban estas razones entre nosotros, apareció Joaquinita, diciéndonos con sonrisita forzada: Isabel, hija mía, tú nos acaparas todos los pollos. Déjanos siquiera alguno, por compasión.
El calor era tan intenso que aturdía. Todos los rostros estaban encendidos y sudorosos. Los brazos no tenían brío para abanicarse. Pero la alegría no tardó en renacer. Uno de los pollos proponía un baño general: que nos echásemos todos juntos al agua así que llegásemos a San Juan, cosa que escandalizaba y hacía reír a un mismo tiempo a las damas.
En Vetusta las señoras no quieren las butacas, que, en efecto, no son dignas de señoras, ni butacas siquiera; sólo se degradan tanto las cursis y alguna dama de aldea en tiempo de feria. Los pollos elegantes tampoco frecuentan la sala, o patio, como se llama todavía.
De puro considerar en él, vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pudiese, que todos. No sé si salí con ello; pero yo aseguro a vuestra merced que hice todas las diligencias posibles. Lo primero, yo puse pena de la vida a todos los cochinos que se entrasen en casa y a los pollos del ama que del corral pasasen a mi aposento.
PECHUGAS DE POLLO. Después de asados los pollos, se separan las pechugas, cortando cada una en dos pedazos y se rebozan en pan rallado, huevo batido y pan, friéndolas en aceite fino muy caliente.
En seguida convinieron en preguntarle si pensaba en casarse. ¿Eeeeh? No dijo resueltamente. ¡Bravo!, ¡bravo! gritaron los hombres. ¡Qué hombre tan empedernido! chillaron las mujeres. Uno de los pollos propuso que se le preguntase si continuaba con la misma afición a las criadas. Las señoras quisieron oponerse, pero no hubo remedio. ¿Eeeeh? Sí. Gran algazara en el grupo.
Tenía doce o trece pollos grandecitos, y un día, estando dándoles de comer, comenzó a decir: "Pío, pío", y esto muchas veces.
Y luego, aunque se quede usted sólita en el baile, mucho cuidado con aceptar invitación de tantos pollos amables, porque si el señor sabe que se ha bailado, pone un hocico inaguantable y habla de un tal Otelo, y dispara un soneto en que le pone a una de pérfida, perjura e infiel, que no hay por dónde cogerla.... No señor; la cosa no puede seguir así.
Palabra del Dia
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