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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Recuerdo que en momento de llegar a Consuelo, en las circunstancias que dentro de poco diré, hablábamos de Viena y ella me contaba alguna de las anécdotas características de la princesa de Metternich... Luego seguía la marcha el ministro inglés, plácido, tranquilo, culto y resignado, llevando a little Georgy en los brazos.
Algo más iba a decir; pero entró Plácido, sombrero en mano, y con ciertos aires de ayudante de campo anunció a su generala que había llegado doña Bárbara.
¡Dicen que no sabemos vengarnos! decía; ¡que el rayo estalle y lo veremos! Pero Plácido no contaba con lo que le esperaba en casa del platero. Cabesang Andang acababa de llegar de Batangas y venía á hacer compras, visitar á su hijo y traerle dinero, tapa de venado y pañuelos de seda.
En cambio, Fray Diego, que en estado normal era un bendito, siempre jovial y chancero, tornábase un diablo disputador y quisquilloso, adquiría de pronto humor guerrero que nadie sospecharía bajo su rostro redondo y plácido de beata ajamonada.
Felipe IV, fiándolo todo y descansando de todo en sus privados, a la mañana iba de caza, a la tarde ponía rejones, y de noche buscaba en los camarines del Retiro y en las celdas de San Plácido aventuras con que olvidarse de que los tercios morían de hambre en los Países Bajos y Portugal se alzaba independiente.
Usted sería de los auxiliares, como mi primo Pepe, dijo Aresti; de los que defendían la villa. Goicochea dió un respingo en su asiento, pero en seguida recobró su aspecto plácido y contestó con humilde sonrisa: ¡Quia, no señor! Yo estaba con los otros: era sargento en un tercio vizcaíno y llevaba la contabilidad... Cosas de muchachos, don Luis: calaveradas.
Amigo, hágame el favor de traer pluma y papel... Espere; deme la medicina, esos polvos amarillos... ¿cuáles?, no sé... Pero deje, deje, que me tiene que escribir una carta. Ninguno, ¿ya para qué?... Ándese pronto, que me voy... que me muero. ¡Que se muere! Vamos... no bromee usted. Don Plácido, si no me sirve para esto, llamaré a otra persona.
Se escabulló sin esperar la opinión de Segunda. Platón, comprendiendo por instinto antes que por criterio, que las órdenes de Estupiñá eran más prácticas que las de la placera, salió y fue presuroso a la calle del Ave María. La primera persona que llegó a la casa fue Guillermina, a quien Plácido enteró por el camino de cuanto había ocurrido.
Eran solos los dos contra mucha gente; se abandonaban con el plácido impudor de los antiguos idilios en medio de la monotonía de una vida estrecha, en la que la murmuración era el más apreciado de los talentos. Leonora estaba triste.
Pero como no nos oye nadie... Las cuatro: ¡qué tarde! Di qué temprano. Ya pronto se levantará Plácido para ir a despertar al sacristán de San Ginés. ¡Qué frío tendrá!... ¡Cuánto mejor nosotros aquí, tan abrigaditos! Me parece que de esta me duermo, vida. Y yo también, corazón. Se durmieron como dos ángeles, mejilla con mejilla. -iii 24 de Diciembre.
Palabra del Dia
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