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Actualizado: 23 de julio de 2025
En el asiento posterior, la señora francesa dormitaba también, conservando una actitud de estudiado recato, que se echaba de ver en la posición del pañuelo caído sobre la frente ocultando a medias su rubicunda cara. Otra señora de Virginia City, que viajaba en compañía de su esposo, yacía en un ángulo, arrebujada en un mar de cintas, pieles y abrigos que inundaban por completo su persona.
Por junto, si no me engaño, eran cosa de cinco millones de pesos, como quien no dice nada, y además traíamos pieles de lobo, lana de vicuña, cascarilla, barras de estaño y cobre y maderas finas... Pues, señor, después de cincuenta días de navegación, el 5 de Octubre, vimos tierra, y ya contábamos entrar en Cádiz al día siguiente, cuando cátate que hacia el Nordeste se nos presentan cuatro señoras fragatas.
Está preparado, maestro Juan Claudio. Después, volviéndose hacia la puerta de la cocina, gritó: ¡Gredel!... ¡Gredel! Trae el paquete de Hullin. Una mujercita apareció y dejó en la mesa un rollo de pieles de carnero. Juan Claudio metió el palo que llevaba en el tubo que aquéllas formaban y se lo puso al hombro. ¿Cómo? ¿Se va usted en seguida?
Era el marqués en extremo peludo, y la reina Isabel solía llamarle Robinsón Crusoe, porque, según aseguraba, sólo con la cara de su ministro plenipotenciario podía figurarse al famoso náufrago vestido de pieles en su isla desierta.
La conduje hasta su coche y llegados a él, el estribo bajo y Magdalena envuelta en su abrigo de pieles, le dije: ¿Me permite usted acompañarla? No había contestación que darme sobre todo a presencia del señor D'Orsel y de Julia. La pregunta era, por otra parte, de las más sencillas. Subí casi antes que ella me lo permitiera.
Desde mi ventana veía negrear los círculos de las tiendas cubiertas de fieltro o de pieles de carnero; y a veces asistía a la partida de una tribu, que en filas de largas caravanas llevaba sus rebaños hacia Oeste. El superior de los lazaristas era el excelente padre Julio. Su larga permanencia entre las razas amarillas lo habían tornado casi en un chino.
Este Calderón era hijo de otro Calderón muy conocido en el comercio de Madrid, negociante al por mayor en pieles curtidas, que con ellas había hecho una buena fortuna y que en los últimos años de su vida la había acrecentado, dedicándose, a la par que al comercio, al giro y descuento de letras.
Si me envolvía en mi gabán de pieles me asaltaba de pronto la visión de las desgraciadas señoras, mimadas en otro tiempo por todas las comodidades del confort chino, hoy, rojas de frío, vestidas de andrajos de viejas sedas, caminando con los pies amoratados por un campo de nieve.
Más arriba reconoció al leñador Rochart, con sus recias almadreñas cubiertas con pieles de carnero; en tal instante, llenaba la cantimplora y se ponía derecho lentamente, con la carabina bajo el brazo y el gorro de algodón inclinado hacia la oreja. Y no hubo más, porque para dominar todo el campo de batalla Hullin debía trepar a la cumbre del Donon, en la que be elevaba una roca.
Salvador notó que la dama se agarraba más fuertemente a su brazo. Al sentir los puntiagudos dedos de esqueleto y el roce de los viejos tafetanes del vestido, así como el de las pieles impregnadas de olor de sepulcro, sintió que era una verdad aquel frío glacial de que la dama hablaba. Hace mucho frío, sí señora. Y las calles están muy solitarias.
Palabra del Dia
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