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Actualizado: 11 de junio de 2025


Embajador de madre Hispania: alzo la copa a lo alto del Ensueño por la salud de Europa, la Europa uncida al yugo del hado militar bautizada con sangre por aire, tierra y mar, la Europa que rencores de hermanos entre hermanos pero jamás de bardos indios y castellanos, porque es la onda que corre por la arteria del verso piélago de armonías que baña el Universo.

Y dado en , como se da, este amor, harto se comprende mi deseo de que no queden mis hijos espirituales anegados en un inmenso piélago de papeles donde se perderían sin duda y nadie volvería á acordarse de ellos.

Con el traje del país, como ves respondió el Diablillo , por ensuciallos todos, como cierto amigo que, por desaseado en estremo, ensució el de soldado, el de peregrino y estudiante, volví por los Cantones, por la Bertolina y Ginebra, y no tuve que hacer nada en estos países, porque sus paisanos son demonios de mismos, y éste es el juro de heredad que más seguro tenemos en el infierno, después de las Indias . Fuí a Venecia, por ver una población tan prodigiosa, que está fundada en el mar, y de su natural condición tan bajel de argamasa y sillería, que, como la tiene en peso el piélago Mediterráneo, se vuelve a cualquier viento que le sopla.

Mis trabajos, mis penitencias, mis largas y peligrosas peregrinaciones y misiones se me figuraba que habían ganado para el favor del cielo; que habían revestido este pecho mortal de un escudo, de una coraza diamantina, que me había hecho invulnerable. Yo soñé que había ahogado en el inmenso piélago del amor divino todos los otros amores terrenales y caducos.

-Ya lo oímos, señor -respondió Dorotea. Y, con esto, se fue Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, entendió que lo que se cantaba era esto: -Marinero soy de amor, y en su piélago profundo navego sin esperanza de llegar a puerto alguno. Siguiendo voy a una estrella que desde lejos descubro, más bella y resplandeciente que cuantas vio Palinuro.

Apenas había metido dentro el pie, cuando le salieron al encuentro dos bellísimos jóvenes, trayendo en las manos cruces resplandecientes, los cuales le introdujeron en un ameno jardín, donde por la fragancia de las flores, que no se puede comparar con ninguna de acá, y con la belleza de lo que veía, estaba como en extásis admirado; y siendóle presentada una fruta semejante á la granada, con sólo llegarla á sus labios, se le inundó el corazón de tanto gozo y consuelo, que creía que en él estaba lo mejor y aun el todo del don de los ciudadanos del cielo; pero le fué dicho al oído, que estaba muy lejos el piélago de la bienaventuranza, en que engolfándose los Bienaventurados, se hallan plenamente hartos, satisfechos y contentos; y que lo que tenía delante, no era otra cosa más que un asomo, una muestra de lo que quedaba que gozar, bueno y sólo para hacer bienaventurados los sentidos, y la inferior porción del hombre, incapaz de los deleites que trae consigo al entendimiento el conocimiento y la vista clara de la divina esencia.

El juez me declaró libre, con la condicion de ser el sucesor del médico; y muy en breve me sustituyó otra, y fuí despedida sin darme un quarto, y forzada á emprender este abominable oficio, que á vosotros los hombres os parece tan gustoso, y que para nosotras es un piélago de desventuras. Víneme á exercitar mi profesion á Venecia.

Iban los cristianos cordobeses que permanecian fieles á su corriendo el deshecho temporal de estas persecuciones, cuyos horrorosos truenos los hacian estrecharse mas y mas y tributarse mútuos consejos y consuelos: bogaban por aquel revuelto piélago como bajeles que el comun peligro agrupa y que el furioso vendabal dispersa.

No por dar gusto á V. he de aconsejar yo á Clara, cuando la nave de su vida va á entrar ya en el puerto segurísimo y abrigado, que vuelva la proa y que se engolfe en el piélago borrascoso, donde puede zozobrar y hundirse con eterno hundimiento. interrumpió el Comendador, harto ya, lo mejor es que se muera para que se salve. ¿Y cómo negarlo? respondió fuera de Doña Blanca.

La noche había tendido sus sombras sobre el inmenso piélago, y yo meditaba todavía, sentado cerca del timón del Thames. De repente un sudor frió me inundó la frente, haciéndome temblar.

Palabra del Dia

rigoleto

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