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Actualizado: 13 de julio de 2025
La traidora dormía tranquilamente sin curarse de él. ¿Aquel deseo de reconciliación era, pues, una farsa? ¿Venía a buscar dinero solamente? ¡Qué miserable! ¡Qué mujer tan odiosa! Empleando todas las precauciones imaginables, levantó el pestillo de la puerta y empujó. Tenía el pasador echado por dentro. Entonces se fue a la puerta del gabinete. Aquélla estaba abierta.
Y no recibiendo contestación, dió un golpe a la puerta con su poderosa pierna de cíclope, e hizo saltar el pestillo con estrépito. El cuarto estaba en tinieblas. ¡Ventura, Ventura! gritó. Nadie contestó. Sacó con mano trémula una cerilla, y paseó una mirada de loco por la habitación. Su esposa estaba en camisa acurrucada en un rincón, pálida, desencajada. Gonzalo no detuvo los ojos en ella.
Cruzaron el vestíbulo y abrió también la puerta cancel... Llegaron al zaguán... Ya estaban ante la puerta de la calle... Lita hizo un esfuerzo para abrirla... ¡Era un pestillo muy duro y bien cerrado!... Y sintió de pronto que le faltaba el apoyo de su madrina y cayó sobre el frío umbral de mármol...
Luisa corrió a la puerta, gritando: «¡Es él, es él!» Y casi al mismo tiempo, una mano agitada buscaba el pestillo; abriose la puerta y apareció en el umbral un soldado, pero un soldado tan flaco, tan moreno y escuálido, con un capote gris con botones de estaño tan viejo y raído, con unas altas polainas tan destrozadas, que todos los allí presentes quedáronse, al verle, sobrecogidos.
El pestillo crujió de nuevo mientras tanto; indudable era que el vecino lo echaba o descorría, y como natural era suponerlo echado, podía muy bien sospecharse que intentaban abrirlo. La puerta, charolada con gran primor, no presentaba agujero ni resquicio alguno que permitiera la vista.
Haciendo un esfuerzo llegó a su cuarto, aguardó a que subiese la doncella, despidiola en seguida sin consentir en que la desnudase, y apenas se vio sola, cerró la puerta con llave y la aseguró con el pestillo. No se había repuesto de la emoción sufrida, cuando una tosecilla seca y entrecortada confirmó sus sospechas.
Escaló por una parra que adornaba el balcón del cuarto de su suegro, que solía quedar abierto cuando él no dormía en casa. Por desgracia estaba cerrado. Entonces sacó el estoque, y metiéndolo por la rendija de la puerta logró levantar el pestillo y entró. Una persona le había visto: Cecilia.
Se trataba de un piso entresuelo muy bajo, no habia puerta en los balcones que daban á la calle, uno de los cierros de cristales carecia de pestillo.... ¿Cómo era posible que mi mujer, la más medrosa de las mujeres, se resignara á pegar los ojos en un cuarto, expuesto al antojo del primer transeunte?
Antes de abrirla se detuvo un instante, avergonzándose de su presunción. ¿Cómo había llegado a suponer... ¿Pero por qué diablo se le había metido en la cabeza?... Y, sin embargo, no podía desecharla. Era ella, era ella; no le cabía duda alguna. Levantó el pestillo de la gran puerta de madera pintada de verde, y entró. La corrada era grande. Veíanse arrimados a la pared varios enseres de labranza.
Al final de él se paró ante una puerta y aplicó el oído. Dentro se oía una respiración tranquila y acompasada. Al cabo de buen rato alzó con la mano suavemente el pestillo, empujó la puerta y penetró silenciosamente en la estancia. Con los brazos extendidos hacia adelante, avanzó algunos pasos hasta tropezar con una cama. Quedó inmóvil otra vez, y con voz apagada dijo: Pedro... Pedro...
Palabra del Dia
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