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Tembló la puerta con un rudo tirón que hizo abrir sus dos hojas á la vez, sacando el pestillo de la cerradura. La mujer, tenaz en sus deseos, se levantó prontamente, sin reparar en el dolor de la caída. Su ligereza sólo le pudo servir para ver cómo escapaba Ferragut después de recoger maquinalmente su sombrero. ¡Ulises!... ¡Ulises!...

De repente le asaltó el pensamiento del grave peligro que corrían las vidas de los amantes, y se arrojó con ímpetu del lecho. Vistióse á medias precipitadamente, como si fuese á ejecutar algún acto que exigiese mucha premura. Una vez vestido, quedóse inmóvil con la mano puesta sobre el pestillo de la puerta. ¿Adónde iba?

Hice algunos esfuerzos vigorosos para romper el encanto; pero el pestillo enorme de la antigua cerradura estaba sólidamente asegurado en el granito y tuve que renunciar á desprenderlo. Volví entonces mis ataques contra la puerta misma; pero los goznes macizos y los tableros de encina chapeados de hierro, opusiéronme la resistencia más invencible.

Hallábase una mañana Amparo en su cuarto vistiéndose para salir a la Fábrica, cuando sintió que una mano indiscreta alzaba el pestillo, y con gran sorpresa encontró delante de a Chinto, de un talante como nunca lo había visto la muchacha, pues traía el sombrerón ladeado sobre la oreja, los carrillos sofocados, el aire resuelto y un cigarro de a cuarto en la boca: preparativos todos que había juzgado indispensables el paisanillo para realizar la proeza de «cantar claro». La muchacha cruzó prestamente su bata que aún tenía sin abrochar, y arrojó al osado una mirada olímpica; pero Chinto venía tal, que ni las ojeadas de un basilisco le hicieran mella.

Dunstan volvió a golpear con más fuerza, y luego, sin esperar que le respondieran pasó los dedos por el agujero de la puerta con la intención de sacudirla y, al mismo tiempo correr el pestillo por medio del cordel y volverlo a dejar cerrar, no dudando de que la puerta debía estar atrancada.

De este modo vagaba con la imaginación, cuando llamaron a la puerta. Tiró sin levantarse de una cuerda que suspendía el pestillo, la puerta se abrió de par en par y entró un hombre. El visitante era de anchas espaldas y constitución robusta; este vigor no se reflejaba en su cara, bella aún, pero singularmente enfermiza y desfigurada por la influencia de una vida desarreglada.

Elena bajó del suyo, entró en la casa y llamó en la puerta de Visita al tiempo que cruzaba por el pasillo una persona, la cual, así que sonó el timbre, tiró del pestillo y abrió. Elena se encontró frente a frente con su cuñada Clara. La estupefacción de ambas fue inmensa. Elena pensó que allí mismo iba a morir.

De vuelta, por fin, en nuestro hotel, quiso mi mujer acostarse y notó con harta estrañeza que los dos balcones de nuestra habitacion no tenian maderas, y que á una de las vidrieras faltaba el pestillo. Es decir, notó con extrañeza que dormir allí era dormir en medio de la calle, á pública subasta, como decimos por allá.

En aquel instante un golpe violentísimo hizo saltar el pestillo de la puerta. Batió ésta con estrépito contra la pared. Escuchose un grito extraño, desgarrador; y unas manos crispadas se agarraron como tenazas a la garganta del fisiólogo.