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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Con maravillosa rapidez apartó Juanita sus manos y su cuerpo del cuerpo del enemigo, derribado, y quedó erguida sobre él, con la rodilla derecha en tierra y con la rodilla izquierda sobre el estómago y el pecho de don Andrés, donde pesaba y oprimía como pujante prensa de hierro.

Calló en diciendo esto el elocuente y viejo gitano, y el novicio dijo que se holgaba mucho de haber sabido tan loables estatutos, y que él pensaba hacer profesión en aquella orden tan puesta en razón y en políticos fundamentos, y que sólo le pesaba no haber venido más presto en conocimiento de tan alegre vida, y que desde aquel punto renunciaba la profesión de caballero y la vanagloria de su ilustre linaje, y lo ponía todo debajo del yugo, o, por mejor decir, debajo de las leyes con que ellos vivían, pues con tan alta recompensa le satisfacían el deseo de servirlos, entregándole a la divina Preciosa, por quien él dejaría coronas e imperios y sólo los desearía para servirla.

El Padre se acababa de decidir a escribir sobre otro, que singularmente le importaba, que le preocupaba hacía tiempo, que pesaba sobre él, y del que era menester desahogarse. Por esto la pluma corría. El padre estaba fijando en el papel lo más recóndito de su alma.

Pues bien, lo que más me pesaba no eran los paisajes, y eso que hay en ellos montañas de café con leche y mariposas que parten los corazones, sino precisamente el reverso blanco, lo que parecía que no debía de dar cuidado a nadie.

Don Jaime, aunque disfrutaba de las preeminencias y honores que correspondían a su elevada posición, no hacía, sin embargo, un papel muy airoso. Sobre su frente pesaba un estigma fatal, que le había hecho padecer mucho hasta que se fué acostumbrando.

Y aún más zonzo que ella era Paco del Val, que malgastaba miserablemente su tiempo siguiéndola como su sombra, mientras ella se reía de él con todo el mundo, incluso con su propio marido. Apercibido de la triple y creciente zoncera que pesaba como una fatalidad sobre esas tres vidas, desquiciando y esterilizándolas, Jacobo Téllez resolvió desfacer el entuerto.

«Esto de alquilar la casa próxima a la tuya dijo Santa Cruz , es una calaverada que no puede disculparse sino por la demencia en que yo estaba, niña mía, y por mi furor de verte y hablarte. Cuando supe que habías venido a Madrid, ¡me entró un delirio...! Yo tenía contigo una deuda del corazón, y el cariño que te debía me pesaba en la conciencia.

Al quedar sola la señora Angustias no empeoraba su situación; antes bien, considerábase con mayor desembarazo en los movimientos, libre de aquel hombre que en los dos últimos años pesaba más sobre ella que el resto de la familia. Mujer enérgica y de prontas resoluciones, marcó inmediatamente un camino a sus hijos.

Y ahora la blandura que sentía bajo sus pies, los bellos colores por los que resbalaba su mirada, las flores que le saludaban con su perfume desde los rincones, causábanle una embriaguez de eunuco, y sentía impulsos de tenderse en aquellos muebles, de tomar posesión, como si le pertenecieran, por ser de su mujer. Ahora comprendía lo que era la riqueza y con qué fuerza pesaba sobre sus esclavos.

Bastante le pesaba en ciertos momentos el silencio de ella; su prudencia extraña que jamás le permitió hacer la más leve alusión al pasado, mientras que en su mirada fría y en la entereza con que abominaba de las locuras del amor adivinábase el recuerdo tenaz de aquella aventura que todos habían querido ocultar y que turbó profundamente los preparativos de tu matrimonio.

Palabra del Dia

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