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El giro que tomaba la conversación, lo sumió en molesta perplejidad, y, sin embargo, las palabras francas y sencillas de la joven despertaron en él sentimientos bastante caballerescos, pero contra los cuales se apresuró a luchar, consiguiendo triunfar.

Preguntad dónde queda el Patio de la Linterna, padre, preguntádselo a ese señor que tiene agujetas en el hombro y que está parado en la puerta de esa tienda. No está apurado como los otros agregó Eppie, bastante afligida por la perplejidad de su padre, y, además, bastante cohibido en medio del ruido, del movimiento y de la multitud de fisonomías extrañas e indiferentes.

Currita se encogió de hombros, disimulando bajo una perplejidad afectada el rayo de vanidosa alegría que iluminó su semblante. ¡Pero, Butrón, por Dios! dijo , por no hay inconveniente; pero ya ve usted que quien pierde aquí es Fernandito. Mira, Curra, Fernandito no pierde nada, porque nada tiene que perder... Tu marido es un imbécil Y eso lo sabe todo el mundo.

Y permanecían allí, mudos y molestos los dos, sin alegría, sin felicidad, aturdidos y desconcertados. El enjambre de parejas que se instalaban para el cotillón, obligándolos a moverse, los libró en parte de su perplejidad.

Reinó allí un silencio profundo, oyóse misa con devota compostura y tomóse luego un pareo desayuno; hubo entonces un momento de expectación general, de angustiosa perplejidad... Apareció el padre prefecto, el temido ejecutor de las solemnes justicias, y mandó salir de las filas a Tapón y a otros seis sentenciados.

Señora respondí con perplejidad , aquel instante fue tan breve y usted me suplicó con tanta precipitación que saliese de la casa, que nada observé que me disgustara. Pues , puedes creerlo. Yo que Inés no te ama ya afirmó con una entereza tal que se me hizo aborrecible en un momento mi hermosa interlocutora. ¿Lo sabe usted? Yo lo . Tal vez se equivoque. No: Inés no te ama.

Al morir, Escobar dejó gran caudal de escritos, la mayor parte notas y esbozos. Tuve la suerte de verlos y examinarlos, antes que Serapio los arrojase al cajón de la basura. Algunos de los pensamientos, expresados en forma escueta, me sorprendieron y llenaron de perplejidad.

En el instante de arrancar el carruaje, la desconocida se alzó el velillo. Don Juan pudo dudar mientras vio el rostro al través del tul; pero toda perplejidad quedó desvanecida al mirarlo libre de aquel adorno. ¡Qué cara!

Pero un grito se hizo oír frente al hogar. Marner se inclinó para tomar la criatura sobre sus rodillas. Esta se agarró a su cuello y lanzó con una fuerza cada vez mayor esos gritos inarticulados, mezclados con la palabra «ma-ma» por medio de los cuales los niños expresan su perplejidad al despertar.

Saliendo al fin de su perplejidad, dijo con voz cautelosa: «Y en un caso extremo, quiero decir, si te ves en el disparadero de faltar, guardas el decoro, y habrás hecho el menor mal posible... El decoro, la corrección, la decencia, este es el secreto, compañera». Detúvose asustado, a la manera del ladrón que siente ruido, y se volvió a poner la mano sobre la cabeza, como invocando sus canas.