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Había ocasiones en que el fuego cesaba durante breves momentos, y entonces se percibía con toda claridad la voz de los rebeldes que gritaban: ¡Abajo la Ley Morúa! ¡Vengan para aquí, c.......! ¡al machete! y el fuego se reanudaba con la particularidad de que las tropas leales, á medida que iban disparando sus armas, avanzaban de 80 á 100 metros sobre las posiciones ocupadas por el enemigo, para lo que tenían que subir empinadas lomas, que á simple vista parecía imposible que los hombres pudieran escalarlas.

Vestía de negro y el velillo del sombrero cubría su cara. Esbelta y de gracioso andar, sus caderas movíanse con armónica cadencia, y a cada paso resonaba el fru-fru de la fina ropa interior. Luis percibía el mismo perfume de la carta que guardaba en su bolsillo. , era ella. Pero cuando estuvo a pocos pasos, el movimiento de sorpresa de su cochero le avisó antes que su vista. ¡Ernestina!

Lucía el sol de un mediodía abrasador. La implacable intensidad de la luz me ofuscaba, haciéndome ver los términos lejanos como masas violáceas envueltas en una gasa blanca. La línea del último más bien se adivinaba que se percibía en los confines del horizonte luminoso. La naturaleza africana anunciaba ya su proximidad con los setos de pita y de higos chumbos erizados de púas.

La charla incesante, suave, monótona, de Gloria, donde se percibía el silbido continuo de la ese, me producía un mareo lánguido, cierto retardo voluptuoso, al cual contribuía el ambiente abrasador que se respiraba, el perfume penetrante de las flores y plantas de almoraduj y albahaca, entre las cuales aquella se sentaba.

Acometiole un deseo vivo de escuchar su plática, y sin reflexionar sobre el peligro que corría, fuese acercando poco a poco al seto, doblando el cuerpo para no ser vista. Buscó el paraje más sombrío y seguro, y escuchó. Sólo se les oía cuando cruzaban cerca. En cuanto se alejaban unos cuantos pasos no se percibía palabra alguna.

En casi todos los que trataba, percibía, o su exagerada susceptibilidad le hacía percibir, un dejo desdeñoso que le humillaba horriblemente. El amor frenético que profesaba a Clementina le compensaba bien de esta tortura y hasta se la hacía olvidar muchas veces. Pero aquella noche su dueño adorado, aunque no le olvidase, andaba lejos.

A lo lejos, tras las recias paredes de ladrillo, sonaba la música y se percibía la respiración de la muchedumbre, cortada por gritos de entusiasmo y rumores de curiosidad. Las cuadrillas desfilaban ante el presidente. ¿Dónde está? preguntó ansiosa Carmen.

Cuando por fin salimos advirtiendo que no se percibía ya ruido alguno, ya no había ni músicos ni bailarines, nadie. Magdalena, sentada en el fondo del gran salón vacío hablaba animadamente con Julia, acurrucada como una gatita en una butaca. Lanzó una exclamación de sorpresa al vernos aparecer en aquel desierto a semejante hora, después de aquella interminable noche tan mal empleada.

No se percibía otro ruido que el chirriar de las ruedas y el de la lluvia batiendo el imperial, cuando de repente la diligencia se paró, y oímos unas voces que llegaban confusamente hasta nosotros.

Yo conocía, empero, el carácter y temperamento, en cierto modo hereditario, del señor de Champcey: bajo las exterioridades seductoras y caballerescas que lo distinguían, como á todos los de su familia, percibía claramente la irreflexión obstinada, la incurable ligereza, el furor de los placeres, y por último, el implacable egoísmo...