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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Currito, deseoso de imitar a su primo, a quien cada día admira más, y notando y envidiando la felicidad doméstica de Pepita y de Luis, ha buscado novia a toda prisa, y se ha casado con la hija de un rico labrador de aquí, sana, frescota, colorada como las amapolas, y que promete adquirir en breve un volumen y una densidad superiores a los de su suegra doña Casilda.
Mira cuán horrible es todo esto, y domínate por Jesús Crucificado y por su bendita Madre María Santísima. ¡Qué fácil es dar consejos! contestó Pepita sosegándose un poco . ¡Qué difícil me es seguirlos, cuando hay como una fiera y desencadenada tempestad en mi cabeza! ¡Si me da miedo de volverme loca!
Quiero confesárselo todo. No logro enmendarme. Lejos de dejar de ir a casa de Pepita, voy más temprano todas las noches. Se diría que los demonios me agarran de los pies y me llevan allá sin que yo quiera. Por dicha, no hallo sola nunca a Pepita. No quisiera hallarla sola.
Urquiola era el único que sonreía con aire de suficiencia, como si poseyera el secreto de aquella cuestión. Doña Cristina, temiendo que la polémica acabase por turbar la placidez de la comida, intervino, preguntando á Aresti por sus amigos de Gallarta. Pepita apoyó á su madre. La gustaba conocer las excentricidades de aquellos contratistas que no sabían en qué emplear su riqueza.
Estaba junto á su mamá y llegaban hasta ella algunas de sus palabras como un lejano susurro. Pepita comprendió que su madre hablaba de una carta que debía interesarla mucho, á juzgar por las veces que la nombró. La joven púsose á temblar pensando en las que tenía ocultas, como una prueba de delito, allá en su hotel de Las Arenas.
Acudían de golpe á su memoria hechos olvidados, palabras en las que no había puesto atención, mil insignificancias que parecían removidas por las palabras del doctor. Tal vez estaba éste en lo cierto. Pepita no parecía tomar el amor con el mismo apasionamiento que él. Era un incidente que alegraba su vida dándole nuevos deseos, pero sin llegar á turbarla profundamente.
Percibida y conocida por mí, ¿no vivirá en mi alma, vencedora de la vejez y aun de la muerte? Así meditaba yo, cuando Pepita y yo nos acercamos. Así serenaba yo mi espíritu y mitigaba los recelos que Vd. ha sabido infundirme. Yo deseaba y no deseaba a la vez que llegasen los otros. Me complacía y me afligía al mismo tiempo de estar solo con aquella mujer.
El automóvil era para las señoras. Pepita apreciábalo en mucho porque era un motivo de envidia para las amigas; doña Cristina consideraba como un homenaje á la Fe, el llegar en él á las puertas de la iglesia de los jesuítas. Era el dernier cri de la devoción; daba á entender, según ella, que el progreso no está reñido con el dogma.
No desdeñe V. al nuevo ahijado que le presento, aunque no valga lo que Pepita, y créame su afectísimo y respetuoso servidor. *El Comendador Mendoza.* Á pesar de los quehaceres y cuidados que me retienen en Madrid casi de continuo, todavía suelo ir de vez en cuando á Villabermeja y á otros lugares de Andalucía, á pasar cortas temporadas de uno á dos meses.
Fernando fué el que habló primero, comenzando como todos los amantes con la expresión de la felicidad que sentía al verse por fin junto á la mujer amada. ¡Cómo había deseado aquel momento!... Recordaba las horas de muda contemplación, allá en su despacho de los altos hornos, con la vista fija en las cartas de ella, como si la letra de Pepita le hablase misteriosamente y su sonrisa brillara entre los renglones.
Palabra del Dia
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