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Actualizado: 29 de julio de 2025
«¡A estas horas! ¡Las once de la mañana! ¡Qué elegancia! ¡qué distinción!» pensaban los dependientes a quienes el hado adverso obligaba a levantarse de la cama a las seis todos los días.
Pensaban en el Capitán y en sus compañeros, a quienes suponían buscándolos en aquella inmensa selva. Daban vueltas intranquilos sobre sus lechos de hojas, aguzaban los oídos y contenían la respiración, creyendo siempre oir algún grito o alguna detonación.
No creían en nada, no iban a misa, se burlaban de los curas, sólo pensaban en la revolución social con degollinas y fusilamientos de burgueses y jesuitas; no tenían la esperanza de la vida eterna, consuelo y compensación de las miserias de aquí abajo, que son insignificantes, pues sólo duran unas cuantas docenas de años, y como resultado lógico de tanta impiedad, encontraban su pobreza más dura, con nuevos tonos sombríos.
Y al día siguiente pensaban hacer un gran paseo a caballo por el bosque. ¡Montar a caballo era su pasión, su locura! Y era la pasión de Juan también, tanto, que al cabo de un cuarto de hora le rogaban que fuera de la partida para el día siguiente, y él aceptaba con alegría. Nadie conocía mejor que él los alrededores: era su tierra.
Y así, fue contento el oidor que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas señoras, lo que ella hizo de muy buena gana. Y con parte de la estrecha cama del ventero, y con la mitad de la que el oidor traía, se acomodaron aquella noche mejor de lo que pensaban.
El Capellanet también adoraba a aquel señorón de Mallorca desde que le vio reír al enterarse de que pensaban hacerlo cura. Pep y su mujer le seguían como perros obedientes y sumisos. Varias tardes hablaron Pablo y el enfermo de los sucesos pasados. El capitán era hombre rápido en sus decisiones. Ya sabes que no me canso cuando se trata de un amigo. Al desembarcar en Ibiza vi al juez.
Los dos estaban muy tristes; se comunicaban mirándose su tristeza, y callaban. Tal vez pensaban en planes para lo futuro; quizás ella estaba inquieta por la situación difícil en que uno y otro se encontraban. Entonces entró Pascuala y dijo: ¡Qué miedo! Desde el anochecer están paseándose por delante de la puerta unos hombres. Esta tarde vinieron también. ¡Qué fachas!
Habría que avisar al alcalde; habría que decir todo esto a la Guardia civil. Febrer hizo un gesto negativo. No; era un asunto de hombres, que debía ventilar él mismo. Pep quedó con la vista fija en el señor, de un modo enigmático, como si en su pensamiento luchasen encontradas ideas. Hace usted bien dijo al poco rato el cachazudo payés. En la isla todos pensaban igual: lo antiguo era lo cierto.
Recordaban los rigodones en el pabellón de la Agricultura y los alegres valses en el del Comercio; pensaban en los trajes que les había traído la modista francesa, y que guardaban intactos para dar golpe en la Alameda en la primera noche de feria, y hasta sentían su poquito de maligna alegría considerando el efecto que su elegancia causaría en las amigas.
Tenían el encargo de velar por la seguridad del ilustre visitante. Esto se calienta dijo uno de ellos. René, como si adivinase lo que pensaban, se dispuso á partir. «¡Adiós, papá!» Estaba haciendo falta en su batería. El senador intentó resistirse, quiso prolongar la entrevista, pero chocó con algo duro é inflexible que repelía toda su influencia.
Palabra del Dia
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