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Actualizado: 29 de octubre de 2025


Otros había, y estos eran los más á propósito para apreciar la sensibilidad exquisita del ministro y la maravillosa influencia que ejercía su espíritu sobre su cuerpo, que pensaban que el terrible símbolo era el efecto del constante y roedor remordimiento que se albergaba en lo más íntimo del corazón, manifestándose al fin el inexorable juicio del Cielo por la presencia visible de la letra.

Todos los monstruos, tanto españoles como extranjeros, conocían de oídas a nuestro retirado coronel, y en cuanto ponían el pie en Sarrió, a su casa iban a llamar. El los acompañaba a ver al alcalde, los presentaba en el Saloncillo, los recomendaba al propietario del almacén donde pensaban exhibirse, y casi siempre encabezaba la suscripción para pagarles el viaje.

Sólo que todos servían a merced, y que, cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la suerte, se hallaban premiados con una ínsula, o con otra cosa equivalente, y, por lo menos, quedaban con título y señoría.

Inglaterra y otros Estados, celosos de la España y de Portugal, pensaban sorprenderlos de esta manera en el mismo corazón de su lejano imperio, en el santuario de la riqueza.

Entonces preguntó Gabriel , ¿por qué no hay luna siempre, ya que la hicieron para alumbrarnos? Se hizo un largo silencio. Todos reflexionaban sobre la pregunta de Gabriel. El campanero, por tener más confianza con el maestro, osó preguntarle lo que todos ellos pensaban. ¿Qué era el cielo?, ¿qué había más allá de aquel azul...? La plaza había quedado desierta y en la obscuridad.

Por la intensidad de la mirada cada par de ojos se convierte en cien pares; por su virtud acústica, cada oído en cien oídos. En sus pasos, en sus miradas, en el modo de saludarse y despedirse los ingeniosos lacienses adivinaban como verdaderos magos lo que pensaban, medían exactamente el progreso de aquellas relaciones que les tocaba en lo más vivo del corazón.

Sea como fuere, prosigamos la tarea, y que la mocedad de hoy, agitada y turbulenta, tristemente precoz, falta de nobles ideales, prematuramente envejecida y nunca saciada de placeres, sepa cómo eran, qué pensaban y qué sentían los jóvenes de entonces.

En los puntos de mayor peligro, y donde era preciso estar con el arma en el puño constantemente, nos disputábamos un chorro de agua con atropellada brutalidad: rompíanse los cántaros al choque de veinte manos que los querían coger, caía el agua al suelo, y la tierra, más sedienta aún que los hombres, se la chupaba en un segundo. ¿Por qué sitio pensaban atacarnos los franceses?

Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados á sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante, cuando se presentó el príncipe Lubimoff.

Llegado al cilindro por donde pensaban arrojar el cadáver del Rey, sentí bajo mis pies el reborde que allí formaban los cimientos; y haciendo pie me incliné bajo el enorme tubo, traté en vano de moverlo y esperé. Recuerdo que en aquellos momentos pareció disiparse toda mi ansiedad por el Rey y aun mi amor a Flavia, para no pensar más que en una cosa: el deseo vivísimo de fumar.

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