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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Pronto reconocieron en aquella pelota a la hija mayor del escribano, que venía desmayada y con acardenalado y gordo chichón en la frente. Las mejillas y las narices las traía embadurnadas en una sustancia amarilla y pegajosa a la que las moscas acudían. Al pronto dio no poco que sospechar tal sustancia, pero luego se supo que eran yemas despachurradas.
Un enjambre de niños correteaba y gritaba en las cortas avenidas alrededor del monumento expiatorio. Lo primero que vió Julio al entrar fué un aro que venía rodando hacia sus piernas empujado por una mano infantil. Luego tropezó con una pelota. En torno de los castaños se aglomeraba el público habitual de los días calurosos, buscando la sombra azul acribillada de puntos de luz.
Aquella legión de diablos le rodeó, dando alaridos; un bastonazo le derribó la chistera tornasol, y empujón va, empujón viene, le dieron el gran manteo, entre risas y burlas. Como pelota, iba de un lado al otro, sudando, gesticulando, descompuesto. Quilito le arrancó uno de los faldones y lo izó en la punta de su bastón. ¡Basta, dejémosle! gritó Jacinto.
El otro tiene 45 milímetros de calibre y la pelota no debía pesar más de 360 gramos. En el último son las duelas de 5 milímetros, los manguitos de 17 y los zunchos de 40.
La segunda versión, más trágica y animada que ésta, es la que figura en Recuerdos y Bellezas de España, y dice del siguiente modo: «Sobre un lance del juego de pelota trabaron contienda dos hermanos de la familia de Enríquez de Sevilla con otros dos de la de Manzano : aquéllos sucumbieron en la atroz refriega, y fueron llevados exánimes á la casa de su madre.
Y el atleta, por encima de la gente, agarraba al chiquillo con una mano que parecía una garra. Le asía del primer sitio que encontraba; elevábale hasta el nivel del santo para que besase el bronce y lo devolvía como una pelota a los brazos de su madre. Todo con rapidez, automáticamente, dejando un chiquillo para coger otro, con la regularidad de una máquina en función.
Se trataba de un precioso servicio de café, de legítima procedencia chinesca, que mi abuelo compró en un puerto del Pacífico, a bordo de un navío inglés que volvía del Celeste Imperio. Era el encanto de la casa. Un día, jugando a la pelota, ¡chas! quedó hecho pedazos. Pues bien, como te iba yo diciendo: prosiguió mi tía, es muy buena muchacha... y te quiere mucho.
En la mesa redonda se habían sentado los dos bandos que habían jugado a la pelota, separados. Fernando, viendo que traían en una fuente piernas de carnero, dijo a dos o tres en voz baja: Yo no sé de dónde saca el amo estas piernas de perro tan hermosas y con tanta carne. ¿Pero son de perro? dijeron ellos. Sí, de perro; pero no se lo digáis a esos, que se fastidien. ¿Pero de veras, Fernando?
Los que transitan por las calles silban maquinalmente danzas del otro lado del Océano, canciones de marcha de los soldados de la Unión. La gente se detiene en las plazas para admirar la agilidad de los americanos en mangas de camisa que se envían la pelota y la devuelven luego de captarla entre sus guantes de esgrima.
En el libro primero de Zoroastro habia visto que es el amor propio una pelota llena de viento, y que salen de ella borrascas así, que la pican. No se alababa Zadig de que no hacia aprecio de las mugeres, y de que las dominaba.
Palabra del Dia
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