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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Un día vi cómo por broma peinaba á uno de nuestros capataces y le arreglaba los bigotes en punta, á estilo del kaiser Guillermo. Mandé que le diesen de beber todo lo que quisiera. Es el medio más seguro de que esos hombres hablen, y él habló.
Rafael llegó al puente del Arrabal, una de las dos salidas de la vieja ciudad edificada sobre la isla. El Júcar peinaba sus aguas fangosas y rojizas en los machones del puente. Unas cuantas canoas balanceábanse amarradas a las casas de la orilla.
Capítulo IV En el cual queda demostrado que la virtud, como el agua, brota donde menos se espera A las pocas semanas de lo narrado estaba Cristeta contratada como otra tiple cómica en un teatrillo de tercer orden, cuyo empresario era el amigo del editor que la oyó cantar mientras se peinaba. Los tíos de Cristeta, engolosinados con la oferta de dos duros diarios, consintieron en el ajuste.
Ha de saberse que Papitos era un tanto presumida, y que siendo su principal belleza el cabello negro y abundante, en él ponía sus cinco sentidos. Se peinaba con arte precoz, haciéndose sortijillas y patillas, y para rizarse el fleco, no teniendo tenazas, empleaba un pedazo de alambre grueso, calentándolo hasta el rojo.
Su madre tuvo que aguardar. En vano la pobre mujer la dió prisa, revolviéndose impaciente en la barraca, como espoleada por la campana que sonaba á lo lejos. Iban á perder la misa. Mientras tanto, Roseta se peinaba con calma, para deshacer á continuación su obra, poco satisfecha de ella. Luego se arreglaba la mantilla con tirones de enfado, no encontrándola nunca de su gusto.
Entre los bloques, allí donde se había amontonado un poco de humus, elevábase triunfador el bosque tropical, compacta masa de intensa verdura rayada de blanco por los troncos de los árboles que invadía todas las pendientes, desde las riberas, en cuyas rocas peinaba el mar sus espumas, hasta las cumbres, rematadas por torres de vigía y baluartes fortificados.
Esteban dio órdenes a la vieja para que bajase a la ciudad en busca de leche, y cuando iba a sentarse al lado de su hermano, se abrió la puerta que daba al claustro, asomando por ella una cabeza de hombre joven. ¡Buenos días, tío! exclamó. Tenía un perfil achatado y perruno; los ojos eran de malicia, y peinaba lustrosos tufos pegados arriba de las orejas. Pasa perdido, pasa dijo el Vara de palo.
Estaba ricamente vestido de terciopelo morado, con ropilla de lo mismo, forrada de pieles. Su intemperante condición respondía a su estatura gigantesca. Cuando quería dominar alguna congoja, reventaba uno o dos caballos a fuerza de locas carreras por el camino de Villatoro. El juego era la única pasión que lograba punzarle. Peinaba sin crencha, hacia atrás. Su tez era barrosa y trasnochada.
La casualidad o la Providencia, que acaso sean hermanas según la semejanza de sus obras, vino al poco tiempo en ayuda de Cristeta. Una mañana, mientras se peinaba, comenzó a cantar coplas de cierta zarzuela que a la sazón estaba en moda. Era verano y los balcones de la vecindad que daban al patio aparecían entornados.
Aconteció, pues, que la Princesa, en una hermosa mañana de primavera, estaba en su tocador. La doncella favorita peinaba sus dorados, largos y suavísimos cabellos. Las puertas de un balcón, que daba al jardín, estaban abiertas para dejar entrar el vientecillo fresco y con él el aroma de las flores. Parecía la Princesa melancólica y pensativa y no dirigía ni una palabra a su sierva.
Palabra del Dia
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