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Actualizado: 16 de mayo de 2025


No habían sido muchas, pero habían sido. Y más tenía que confesarse, que en rigor, en rigor, no le ofendían mucho; más quería un cachete, si a mano viene, que una chillería; el ruido lo último de todo. Además, Emma cuando le insultaba, se repetía; , se repetía cien y cien veces, y aquello le llegaba a marear. Verdad era que cuando le pegaba se repetía también; bueno, pero no tanto.

Más que por hacerla daño, la pegaba para satisfacer su orgullo; quizá hallando también cierta voluptuosidad en ello. De todos modos, no dejaba de ser curioso y extraño ver á aquella mujer, alta, fornida y arrogante, sufrir con resignación los golpes de un sujeto tan exiguo. Porque Velázquez era valiente, y lo había demostrado en varias ocasiones; pero siempre con la navaja.

Me puse a componerle unos versos, unas quintillas; mas a la segunda tropecé con un consonante difícil, labios; resabios no pegaba, ni menos los otros poquísimos que hay. Así que un poco irritado rasgué el papel y lo arrojé por la ventanilla. La locomotora corría por los campos de la provincia de Córdoba.

La buena señora se lamentó, pero no hizo nada, y Tellagorri se encargó de cuidar y alimentar a los huérfanos. La Ignacia entró en la posada de Arcale de niñera y hasta los catorce años trabajó allí. Martín frecuentó la escuela durante algunos meses, pero le tuvo que sacar Tellagorri antes del año porque se pegaba con todos los chicos y hasta quiso zurrar al pasante.

Lorenzo siguió el consejo, pero notó que cada vez que le pegaba el tostado hacía un movimiento de encogimiento, que él consideraba como la amenaza de violencias alarmantes y en vez de acentuar disminuía la intensidad de sus rebencazos, hasta reemplazarlos por amables golpes de talón. ¡Péguele sin miedo, señor; si es de mañero! le decía Baldomero. Es que no anda...

Pero luego, las propias sábanas de Holanda de mi lecho, tomaban ante mis ojos despavoridos los tonos lívidos de una mortaja; el agua perfumada en la que me bañaba se pegaba a mi piel, con la sensación espesa de sangre que se coagula; y los pechos desnudos de mis amantes, me llenaban de tristeza, como lápidas de mármol que encierran un cuerpo muerto. Después me asaltó una amargura mayor.

Jacinta le daba bromas por su forzada esclavitud, y él, hallando distracción en aquellas guasitas, hizo como que le pegaba, la cogió por un brazo, le atenazó la barba con los dedos, le sacudió la cabeza, después le dio bofetadas, terribles bofetadas, y luego muchísimos porrazos en diferentes partes del cuerpo, y grandes pinchazos o estocadas con el dedo índice muy tieso.

Aturdido, confuso, fuera de , el pobre millonario salió haciendo reverencias en todas direcciones y no tardó en encontrarse en su carruaje, sin saber por qué ni cómo. Se golpeaba la frente, se arrancaba los cabellos y se pegaba pellizcos en los brazos para despertarse a mismo, por si, como creía, era juguete de un sueño.

¿Qué hay, señor don Pablo Bragas? Que Elisico estaba ayer jugando con unas gallinas, y les pegaba á los pollos con una caña, que á ser manejada por más fuertes manos, no les dejara con vida. "Muchacho, le dije: ¿por qué castigas á esos animalejos?" "Porque son pollos, contestó, y los quiero matar." "¿Y qué te han hecho, verduguillo." "Les estoy mandando que digan pío, y no quieren."

No se pegaba de trompadas con los suyos más de tres veces al día; su madre no lograba echarle la vista encima arriba de una por semana, y para eso había de cogerle durmiendo; de modo que sus siniestros de muelas, orejas y cabellos, por temporal materno, aunque pocos y buenos, aún le prometían pellejo sano para muchos años.

Palabra del Dia

hociquea

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