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Creeríase que andaban espectros por allí, o al menos sombras de linterna mágica. El sofá de Vitoria era uno de los muebles más alarmantes que se pueden imaginar. No había más que verle para comprender que no respondía de la seguridad de quien en él se sentase. Las dos o tres sillas eran también muy sospechosas. La que parecía mejor, seguramente la pegaba.

¡Ave María Purísima! Podía darse el caso... Olvidé decirle a usted que, empeñando tres o cuatro cosillas, podré reunir cuatro mil reales. Sólo necesito seis. Imposible de toda imposibilidad. Ese Torres... murmuró Milagros con la boca tan seca, que la lengua se le pegaba al paladar.

Se había levantado de la silla, y en el colmo del furor pegaba allá en un rincón patadas horrendas en el suelo. ¡Contra! ¡recontra! ¡me c... en diez!... ¡Por esa cochina!... ¡por esa sinvergüenza!... ¡por esa metebaza!... ¡Chis! ¡chis!... ¡Silencio, niño! dijo D. Bernardo, frunciendo aún más la frente, lo cual, en verdad, parecía imposible.

A algunas solía desnudarlas de medio cuerpo arriba, les untaba con miel el pecho y la espalda y las emplumaba; a otras les cortaba el pelo o lo untaba de brea y luego se lo pegaba a la espalda. Ande usted, señora dijo Martín , que no les pasará nada. Pero, ¿adónde? preguntó ella. A la posada, que está aquí cerca. La joven nada dijo, pero lanzó a Martín una mirada de odio y de desprecio.