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Actualizado: 18 de junio de 2025
Le habían acogido las gentes con una cortesía algo glacial, pero tranquila e inmutable, como a un gran señor forastero, y él correspondía a este respeto golpeando al más infeliz de todos ellos, al que por su debilidad era considerado con una benevolencia paternal por todos los payeses del distrito. ¡Muy bien, mayorazgo de Febrer!
Las chumberas alzaban sus muros de pinchosas palas a ambos lados del camino, y entre sus raíces polvorientas correteaban, medrosas y ebrias de sol, pequeñas bestias ondeantes, de larga cola y verde esmeralda. Por entre la columnata negra y retorcida de los olivos y los almendros veíanse a lo lejos, siguiendo otros senderos, grupos de payeses que también marchaban hacia el pueblo.
Y el tío Ventolera reía con su risa de niño al recordar este detalle grotesco de la gran victoria de Riquer. Luego, al ser conducido «el Papa» a la isla, las gentes de la ciudad y los payeses acudidos en tropel lo miraban como un animal raro. ¡
La torre era un torreón de guerra coronado todavía de almenas: su vieja campana había volteado en otro tiempo con la fiebre del rebato. Esta iglesia, en la que los payeses del cuartón entraban a la vida con el bautismo y salían de ella con la misa de difuntos, había sido durante siglos el refugio de sus pavores, la fortaleza de sus resistencias.
Bien sabía él que los señores se burlaban de esto, considerando casi como salvajes a los payeses de la isla; pero a los pobres hay que dejarles sus costumbres, olvidarlos, no turbar sus escasas alegrías. Ahora fue Febrer quien puso el gesto triste.
Las modas femeninas describíalas el cantor en términos extravagantes, que hacían reír a los payeses. El simple Pep reía también de estas burlas, que halagaban a la vez su orgullo de campesino y su soberbia de varón inclinado a no ver en la hembra más que una compañera de fatigas. «¡Verdad! ¡verdad!» Y unía su carcajada a la de los muchachos. ¡Qué Cantó tan gracioso!...
Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente moza. Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en un corro de payeses viejos.
Jaime sonreía al escuchar las protestas del atlot contra su destino. En toda la isla no existía otro centro de enseñanza que el Seminario, y los payeses y patrones de barca que deseaban para sus hijos una suerte mejor los llevaban a él. ¡Los curas de Ibiza!... Muchos de ellos, mientras seguían sus estudios, tomaban parte en los cortejos, usando cuchillo y pistolete.
Los pinos y sabinas quedaron atrás en la falda del monte. Caminaba ahora entre bancales de tierra arada. En unos campos vio payeses que trabajaban; en un ribazo encontró varias atlotas que recogían hierbas, encorvándose sobre el suelo; en un camino se cruzó con tres viejos marchando lentamente al lado de sus borricos.
Entonces reanudábase la existencia normal, volviendo cada familia a su aislamiento, con la certeza de repetir el viaje angustioso pocas semanas después. Febrer permaneció bajo las arcadas viendo cómo iban llegando los grupos de payeses a toda prisa, espoleados por el último toque del esquilón que volteaba en lo alto de la torre. El interior de la iglesia estaba casi lleno.
Palabra del Dia
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